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Un paseo rápido por la ciudad

Llega la tarde y el ocaso tiene algo de vencimiento en mis hombros. Llega la hora de dar un paseo y comer algo, y me pongo a pensar en lo que me apetece y lo que me apetece no es práctico, generalmente por estar demasiado concurrido. Me conformaré con el habitual paseo de kebab y café. Las horas en mi casa han discurrido bien, de algún modo fortificándome. Afianzándome en la idea de una soledad asumida. Pero ahora es momento de salir, y volver a recordar lo que afuera hay. Trato de emprender mi paso con seguridad, pero en la primera esquina ya decae. Busco a ese hombre en mí, el que todos llevan, el prototipo, la idea de hombre en sí, y varios conceptos recorren mi mente mientras camino, y rápidamente desaparecen. Me veo mucho más bajito que muchos de los tipos que voy dejando atrás, pero esto no llega a intimidarme. Simplemente imagino cómo debe ser la vida vista desde ahí arriba. Con mayor perspectiva, con mayor manejo tal vez, una idea idiota más. Al no llevar mis gafas solo reconoz

Entre explosiones

El sol y las fiestas lo eclipsan todo. Yo he vivido esto, desde otra vertiente. Recuerdo ser niño y vivir esta inercia tirando petardos, abalanzándome entre las calles, creyendo en la aventura. Lo cierto es que hoy estoy aquí, sentado en un banco, es sábado, y parece otro mundo. Trato de entenderlo, pero no hay manera. Varios ancianos a mi alrededor. Y siempre la misma fiesta. Año tras año. Hay quien cree en ella. "Saludan a las flores, sonríen por que no llores, se visten de maneras, grotescas y altaneras"... escribí alguna vez. Qué somos los valencianos, sino un pegote más, de gente, que adora evadirse. Me dan igual las raíces. Esto no lo son, de cualquier modo. Una niña experimenta con su pedazo de pólvora. No tiene ningún sentido. Las tradiciones se reparten por cada rincón del mundo tratando de demostrar una conjunción entre el ser y la vida. Algo relevante. Aquí las hemos vestido de explosiones y ruido. Tal vez como una sublimación de la guerra. Algo para no olvidar. Un

Algunas cosas sueltas

  Anoche estuve bebiendo. Y en todo esto hay un impedimento. Quiero contar sin decir. Bien, estuve bebiendo. Sin más. Y estuve con un amigo. En un bar. Y cerramos el bar con, cubatas. Y allí estaba ella. Una moza sudamericana. Que cerró el bar aún más tarde que nosotros porque, es amiga del dueño. No me la pude agenciar. Es decir, ni lo intenté. Y lo hubiese deseado. Atraerla, embaucarla, convidarla a mi casa, así, sin más. Y por un momento, noté como ella también lo deseaba. Es decir, yo era el único tipo allí al que ella parecía aspirar. Pero, entonces la escuché reír. Es una nimiedad, pero no me gustó. Supongo que no era ella. Aunque si se presenta algún día la escucharé. Y cederé. Y la haré reír. No sola, como en aquel momento. Sino conmigo. Porque dije algo que le hizo gracia. Nada gracioso, pero ella rio de nuevo. Y esa vez fue más normal. Yo iba borracho. Pero yo nunca voy borracho, ¿entienden? No hay nada que me evada. Y el mundo me parece cada vez más hiriente. Y las personas

Sin título

I   La desesperación ayuda a escribir. O puede que sea la escritura la que ayuda a la desesperación. De cualquier modo no queda nada de ella en mí. Y creo que las mejores cosas las hice cuando estaba sujeto a la misma. No sé qué saldrá de aquí pero debo intentarlo porque ayer volví de unas vacaciones y aún estoy tratando de digerirlo. Empezaré por el principio. Como digo, no hay desesperación aquí, que entre medicamentos, soledad y paciencia infinita parece que haya muerto, pero sí un compromiso idiota algo vanidoso que me lleva a querer contarlo todo. Es mi voz contra el mundo, lo único que me queda para mis adentros y tal vez también lo único que creo saber hacer.     A Hugo y a Fran los conocí en la misma época. Hará cosa de un año o año y medio. Ellos eran amigos de un tercero, Tino, una especie de gurú de barrio en el que confluíamos todos. Tino no profesaba nada, simplemente tenía esa especie de carácter imantado que nos atraía a todos por su desparpajo y peculiaridad.

Veladas necesarias

  Bueno pues aquí estamos, echando la madrugada, después de una borrachera digna, donde uno llega a perderse entre gentes felices mayormente. Pero ya se sabe, es esa clase de felicidad estancada, varada en la barra de un bar. Donde nadie es nada y todos son cobayas. Se grita, se bebe, se come, se está, echando los restos del día, formando una pequeña sociedad que ayuda a los pobres a enmascarar sus carencias. Y yo solo bebía, y comía, y apenas me podía escuchar a mí mismo cuando me daba por hablar, como parte del relleno. Y aquí estamos, como digo, recomponiéndonos, atravesando la madrugada solo para descubrir que el mundo no termina ahí. Hay noche para todos, tanta como cerveza. De ti depende si quieres tomarla o dejar que se desperdicie. Yo me siento cómodo. Ya sé, lo tienes todo, eres joven, tus padres viven, y no tienes que trabajar. Pero también eso es todo, amigo. Toda mi dicha se asienta en esos pilares. Lo que yo encuentro, a parte, en estas noches es algo más que eso. Digamos

Dos poemas de madrugada

  Cosas   Las miro y ya las echo de menos Todas se irán conmigo El mechero La pitillera Los libros... Todas ellas Como el reflejo de lo que soy Y donde vivo   No quedará ni una Pues cuando ya no esté Habrán perdido su porqué Serán solo objetos Abandonados   El hueco que uno deja No es más que un montón de chatarra Se sustituye fácil Lo providencial pasa a ser accidental Sobrante Desechable   Es la noche La que te hace fijarte en silencio Penumbra dulce Con el amargor de un recuerdo ----------------------------- Separados por las estrellas   Aunque nada consiga Estoy bien aquí Atravesando la noche Veloz   Mi perro está conmigo Subido a la cama A mis pies Como una ensaimada   Nuestras sombras en la pared Por una lámpara tenue Que hay en la mesita Donde está el tabaco Que voy a coger   El culo de una cerveza Aún fresco El cenicero rebosante Echo un trago Y termino el brebaje   La ropa se

Mujeres

La primera vez que di con el Mujeres de Bukowski tenía sobre 18 años Fue en la vieja biblioteca pública Lo vi ahí Entre los estantes Con su color verde chillón Mezclado entre librejos de todas clases Fue como algo ignominioso Yo nunca había frecuentado esos sitios Y me pareció que todo el posible decoro que esta pequeña biblioteca de pueblo pudiera tener Se iba al traste con aquel hallazgo Me gustó la idea Leí el principio Leí el final Y por supuesto no me lo llevé Me dejó la sensación de ser un triste canto redentor O algo así Pero el libro seguía ahí En los anaqueles de medio mundo Y no fue hasta unos diez años después que me decidí a asirlo Mi vida para entonces ya había dado varios vuelcos Y lo compré En el libro encontré cosas buenas Al fin y al cabo no era un canto redentor O no simplemente El caso es que me lo pasé bien Y se deducía de todo ello que tan solo se trataba del sentir sincero de un autor Algo que se me hizo ameno y no le di mayor trascendencia Pero es eso que sucede