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Mostrando entradas de noviembre, 2022

La vida detenida

Puede que nunca lo consiga. Y conseguir el qué, me digo. Ser libre. Librarme de esta afección que me relega al silencio. Y a un sutil sufrimiento que va mermando mi vida. Una vida detenida en la gran casa que nos legó mi abuelo y en la que mis padres se han medio instalado despreocupadamente. Necesito mi soledad. Y tal vez ser libre en ella. Recuerdo aquellas últimas disputas que acabaron conmigo en el hospital. Mis últimos alaridos, mis últimas proclamas. Y todas iban encaminadas a lo mismo: tan solo necesito espacio. Pero esto no es algo que se regale, tal vez se deba conquistar. Y yo enloquecí, y ahora pago ese precio. Porque tengo miedo de enfrentarme al mundo real en estas condiciones. Y porque en parte estoy acorralado. Puede que nunca lo consiga. Recuperar la tutela de mi economía. Largarme lejos donde nadie pueda juzgarme. Y escribir, escribir esas memorias. Debe haber un lugar, donde las pocas personas que encuentres sean cálidas. Y cada amanecer sea distinto. Un lugar do

La adecuada

  No aparece. Ni aparecerá. Y siento que cuanto más la busque, más se escabullirá. Y si no la busco, da igual. He lanzado todas mis putas bombas. En terreno desértico. Y para qué. Para acabar hospitalizado amor tras amor. Tengo un problema. Que no volverá a repetirse. Para mí esos dos términos van demasiado unidos. Amor y locura. Y locura y amor. Y locura, y locura, y locura. Esto espanta a muchas mujeres antes siquiera de conocerme. Pero la historia no es tan sencilla. Aquí está, el hombre que quería ser escritor. Escribiendo con un nudo en el cerebro. Hoy es día de rostros amargos en casa, de voces que llaman a la indiferencia. Ya me levanté jodido. Tardíamente. Con un mensaje de esa chica venezolana que conocí hace escasos cuatro días. Hoy, de alguna forma, he roto con ella. Me ha terminado resultando empalagosa. Decía de mí que me había convertido en alguien especial dentro de su vida. No lo entiendo. Quizá algunas mujeres andan más locas que yo. La verdad es que nos dejamos lleva

Viejas dolencias del pasado

Hoy mi padre ha conocido a Sara. Una antigua compañera del instituto. Y es raro, porque yo no sé quien es. Pero es comprensible porque yo en el instituto me dedicaba básicamente a huir. A huir de mis responsabilidades, a huir de los maestros, a huir del protagonismo, y a huir hasta de mí mismo. En los recreos no sabía dónde meterme y los pasaba jugando al ajedrez con otros chicos detrás del hueco que había tras las escalinatas centrales. Eso fue hasta que llegó aquel grupo de música, por el que alguna gente, como esta chica, parece recordarme. Que sacaba muy buenas notas y me gustaba mucho la literatura, le ha dicho. Él la ha encontrado en uno de sus paseos vespertinos, pues iba con su madre y se han encontrado los tres. Al parecer ya tiene dos hijos, debe estar casada y se trata de una morena pequeñita y agradable que por más que he intentado recordar no me viene a la mente, aunque sospecho de alguien. Pero qué importa eso, he venido a hablar del pasado, de un pasado hecho añicos, y