Sin desconexión
El verano se extiende. Ya no queda magia alguna en él, ni el misterio impaciente de la juventud donde cada paso era como un acercamiento a algo extraordinario. En parte es porque me he hecho mayor y solitario y la vida tiende a ser así en su conjunto. Gozo de un baño en la piscina, duermo entre el sopor por mucho tiempo, y como provisto de algo refrescante a cualquier hora; pero no, ya no hay aventura ni estrellas que descubrir en la noche tras los matorrales. La luna puede ser todo lo grandiosa que guste, que a parte, no hay una mano amiga cercana a la mía a la que susurrarle. Sí, me hice mayor, y es calma lo que preciso más allá de embriaguez. Primero de todo decir, que creo en el amor. Pero es una baza de la juventud a la que adherirse como una corriente fulgurante en el amanecer que se va dispersando hasta que queda de ella poco más que un remanso. Y yo ya jugué demasiado a hundir los barcos. En mi páramo se quedó un mar desierto, en mis sueños unas caricias inciertas, y a m