Pacto de sangre
Nelson la conoció un día a través de una pantalla. Las letras volaban, el tiempo se escabullía lejano al compás de estos dos corazones en pleno despertar. Ella se apresuró; -coge una aguja, vamos-. –Qué? Una aguja?-. –Sí, pínchate con ella el dedo índice y pégalo al monitor-. –Pero qué dices?-. –Vamos yo ya lo estoy haciendo-. Nelson se sobrecogió un poco, le parecía una locura, pero al fin y al cabo sólo se trataba de un ligero pinchazo. Lo hizo, ambos lo hicieron, y ahí quedó ese rastro. Sin él saber a qué se debía ese azoramiento habían trazado un pacto de sangre, aunque virtual fuese. Nelson se crio en las montañas, con el olor a leche pura extraída de la vaca que su madre le servía cada mañana. Su madre era una mujer recia y autoritaria que se ocupaba de prácticamente todos los animales de corral mientras su padre vagaba por los prados en largas jornadas conduciendo a un puñado de ovejas. Nelson bajó a la ciudad tras terminar la secundaria para ir a la universidad. Allí empezó