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Érase una vez

Un día normal amanecía en la clínica Santuario. La enfermera Susana se afanaba en preparar las dosis de medicamentos correspondientes a cada paciente en sus casilleros habituales. El sol ya brillaba más allá de los ventanales del lugar. Era un día fresco, aunque la tibieza del recinto impidiera disfrutar de ello. El amanecer en Santuario siempre era igual. Silencioso, hermético, gris. Juan fue el primero en levantarse. Iba sedado. Se acercó a la ventanilla, "buenos días", dijo en un balbuceo átono. "Buenos días, Juan. Qué madrugador... Aún no es el desayuno. Vuelve a la cama un ratito más", dijo Susana en un tono conciliador. "¿A qué hora es el desayuno?", preguntó Juan. "A las 9", respondió Susana. "¿Y qué hora es?", reincidió otra vez Juan. "Son las 7 y media todavía. Duerme un poco más, que tienes tiempo", decía Susana mientras se atareaba en su cometido. "¡Ahora ya no puedo dormir!", espetó Juan en una exclamació

Mientras llega el amanecer

Cervantes escribió en una celda. Con su cirio. Al menos eso cuentan. Que era manco y esas cosas. Esto se ve romántico porque es Cervantes, y de ahí salió El Quijote. O al menos eso cuentan. Pero yo escribí en el manicomio un libro con ilustraciones y poemas y allí las enfermeras me miraban entre condescendientes y burlonas, "él se sienta ahí y escribe... eso hace", decían a los familiares ajenos que acudían. El resultado son solo unas cuantas hojas llenas de garabatos que solo para mí podrían tener el mínimo interés. Esto fue en mi segunda reclusión. La siguiente, pasados unos años, traté de hacer lo mismo, defenderme de todo aquello con un bic y un cacho de papel. Pero no funcionó. Aun así pude terminar una historieta un tanto extraña que había comenzado. Y la terminé de un modo completamente disparejo. Los psiquiátricos tenían eso. Te cambiaban por completo. Pero no en un sentido sanador. Simplemente uno caía en la cuenta de hasta dónde había llegado a parar. Que incluso po

Crónica del Este

Parece que me he despertado pronto. Al entreabrir los ojos creo que son sobre las ocho. Trato de comprobar si ya es de día a través del viso de la ventana y se ve luz. Continúo pensando que es sobre esa hora. Pero no se escucha nada, y miro el móvil: las cuatro y media. Ya decía yo, y la luz que se ve es la de las farolas. Me siento descansado, anoche me acosté pronto, pensando entre otras cosas que hay gente, no poca, que trae niños a este mundo, aunque en él existan cosas como el botón rojo. ¿Lo has pensado? Cualquiera puede pulsarlo. Está ahí, ese es su cometido, está creado para tal fin. Y al parecer en los Estados Unidos cada cuatro años se elige a un individuo con derecho a hacerlo. Bueno, eso dicen. A mí por lo pronto solo me cabe esperar un poco hasta que se hagan las seis para ir a tomar mi desayuno. No tuve hijos, es cierto, pero supongo que como todo el mundo, dadas las circunstancias, habrían caído igual. Un acto de inconsciencia. Elemental. Al instante me llega el primer m

Nada para mí

Estoy pasando los días de una forma bastante despreocupada. Me he sumergido en la comunidad gamer, y eso hago, básicamente, jugar videojuegos. En concreto uno; fantasía medieval muy bien escenificada. Y así se me van las horas; es cierto que he vuelto a escribir, pero sin enfocarme plenamente a ello. Así juego y juego, y fumo, y yazco y converso trivialidades vía móvil con un colega, y poco más. Hoy es más de lo mismo. Pero es fin de semana. Sábado concretamente. Y me veo solo, en la tesitura de salir o no a dar una vuelta. Esto debe cuadrar en tu cabeza. Instintivamente manejas algún tipo de motivaciones y contrariedades; y al final, lo hago, ya sabes, el típico “paseo de kebab y café”. Al principio camino fresco, luego empiezo a divisar a los primeros individuos y siempre me llaman la atención por unas cosas u otras. Me meto en sus conversaciones de pasada, a veces basta con la simple gestualidad o articulación de sus palabras, de sus voces, más bien. Y empiezan a parecerme todos fel

Un paseo rápido por la ciudad

Llega la tarde y el ocaso tiene algo de vencimiento en mis hombros. Llega la hora de dar un paseo y comer algo, y me pongo a pensar en lo que me apetece y lo que me apetece no es práctico, generalmente por estar demasiado concurrido. Me conformaré con el habitual paseo de kebab y café. Las horas en mi casa han discurrido bien, de algún modo fortificándome. Afianzándome en la idea de una soledad asumida. Pero ahora es momento de salir, y volver a recordar lo que afuera hay. Trato de emprender mi paso con seguridad, pero en la primera esquina ya decae. Busco a ese hombre en mí, el que todos llevan, el prototipo, la idea de hombre en sí, y varios conceptos recorren mi mente mientras camino, y rápidamente desaparecen. Me veo mucho más bajito que muchos de los tipos que voy dejando atrás, pero esto no llega a intimidarme. Simplemente imagino cómo debe ser la vida vista desde ahí arriba. Con mayor perspectiva, con mayor manejo tal vez, una idea idiota más. Al no llevar mis gafas solo reconoz

Entre explosiones

El sol y las fiestas lo eclipsan todo. Yo he vivido esto, desde otra vertiente. Recuerdo ser niño y vivir esta inercia tirando petardos, abalanzándome entre las calles, creyendo en la aventura. Lo cierto es que hoy estoy aquí, sentado en un banco, es sábado, y parece otro mundo. Trato de entenderlo, pero no hay manera. Varios ancianos a mi alrededor. Y siempre la misma fiesta. Año tras año. Hay quien cree en ella. "Saludan a las flores, sonríen por que no llores, se visten de maneras, grotescas y altaneras"... escribí alguna vez. Qué somos los valencianos, sino un pegote más, de gente, que adora evadirse. Me dan igual las raíces. Esto no lo son, de cualquier modo. Una niña experimenta con su pedazo de pólvora. No tiene ningún sentido. Las tradiciones se reparten por cada rincón del mundo tratando de demostrar una conjunción entre el ser y la vida. Algo relevante. Aquí las hemos vestido de explosiones y ruido. Tal vez como una sublimación de la guerra. Algo para no olvidar. Un

Algunas cosas sueltas

  Anoche estuve bebiendo. Y en todo esto hay un impedimento. Quiero contar sin decir. Bien, estuve bebiendo. Sin más. Y estuve con un amigo. En un bar. Y cerramos el bar con, cubatas. Y allí estaba ella. Una moza sudamericana. Que cerró el bar aún más tarde que nosotros porque, es amiga del dueño. No me la pude agenciar. Es decir, ni lo intenté. Y lo hubiese deseado. Atraerla, embaucarla, convidarla a mi casa, así, sin más. Y por un momento, noté como ella también lo deseaba. Es decir, yo era el único tipo allí al que ella parecía aspirar. Pero, entonces la escuché reír. Es una nimiedad, pero no me gustó. Supongo que no era ella. Aunque si se presenta algún día la escucharé. Y cederé. Y la haré reír. No sola, como en aquel momento. Sino conmigo. Porque dije algo que le hizo gracia. Nada gracioso, pero ella rio de nuevo. Y esa vez fue más normal. Yo iba borracho. Pero yo nunca voy borracho, ¿entienden? No hay nada que me evada. Y el mundo me parece cada vez más hiriente. Y las personas