Siete días conmigo
(Los siguientes textos están escritos a modo de diario de un modo un tanto experimental durante el recorrido de siete días)
(Domingo)
La mierda
que antes parecía enterrada en la divisoria común ahora brota a borbotones por
cualquier rincón. La única verdad es aislarse, si no fuera porque uno se cree
fuerte. Paladea la nauseabunda palabra de los desquiciados, hártate, ronda el
hedor, ellos extienden la putrefacción ansiando que perezcas consigo, siéntete
orgulloso de levitar sobre sus cuerpos, no intercedas, después de todo solo
eres alguien que pasó.
El mundo
entero está desquiciado, solo los niños parecen hablar algo, ese peculiar
mecanismo de expresión sincero, mientras las madres selectivamente los
contemplan con deleitación. Una pareja de novios ajenos a lo que les rodea
gozan sus instantes de ingenuidad. Estoy en un parque. Alguien viene a limpiar
una herramienta a la fuente, va vestido con un mono fosforescente. Lo que se
oye es un murmullo incesante de coches calmos, pájaros y voces entre una
amalgama de pequeños detalles.
30 minutos
de bicicleta estática equivalentes a un recorrido de 15 kilómetros con jazz muy
suave me confirman lo que de muchacho sospechaba: el jazz sirve para todo. Me
quedo ligeramente extasiado, acto seguido enciendo un cigarro y pasado el rato
el relax es total. Mi madre acaba de llegar de su escapada de fin de semana con
amigas. Iré a hacer acto de presencia.
La
familia... ay la familia... Cuando todos los integrantes han realizado ya entre
ellos su recorrido de disputas, descaros, desdenes y al fin cada uno dispone ya
de su propia solvencia económica, no es tan mala. Se diría que incluso es
buena. Me llega un mensaje de alguien que liquidé de mi lista de contactos. El
mundo es extraño. La gente aparece y desaparece sin cesar, por contra, como iba
diciendo, en circunstancias normales, nos queda la familia.
Voy a cenar
un par de piezas de fruta y a jugar en la videoconsola a ese juego de 'El lobo
entre nosotros'. Es una aventura gráfica de suspense negra con tintes
fantásticos. Está bastante bien realizada, con animaciones tipo cómic, después
de todo hay gente que se trabaja lo del entretenimiento para que tipos como yo
puedan distraerse un rato, eso también es de agradecer.
El diálogo
solo funciona entre personas que se entienden.
Se terminó.
Apagaré la luz. El perro brinca a la cama. Toma posición. Yo tomaré la mía.
Recibo los últimos mensajes del que me solicitó antes. Me emplaza a un
almuerzo. Le contestaré que claro. Soy la persona con menos rencor de la
Tierra. Sé que está ahí, el rencor, pero de algún modo se desvanece cuando deja
de importarte. Esta semana va a estar cargada. Iré anotando lo que se tercie.
(Lunes)
Jugando con
las sustancias. Mis riñones son la causa. Es o ese medicamento o ellos. Y últimamente
han empezado a dolerme. Así que anoche prescindí de la grajea de litio que ya
me están retirando. Por contra subieron el neuroléptico y noté como mi cuerpo
se despertaba derrumbado. Y mi mente. Por eso anoche volví a la dosis habitual.
Queda un largo día por delante.
Tras
realizar un trámite en el ambulatorio donde me doy cuenta de mi escasa facultad
resolutiva, he estado tomando un aperitivo con mi madre que hoy no acude al
trabajo. Me cuenta el caso de Daniel, un hombre ya de cierta edad que ayer no
apareció por su centro de día y al que hasta yo mismo me crucé esa misma mañana
y me sorprendió un poco verlo tan bien. Acaba de ser ingresado en psiquiatría.
Así van apareciendo más casos en la conversación. Y yo pienso en mí. Los
fantasmas siempre están ahí.
(Extracto de
la conversación en que le expongo el caso que acabo de conocer a mi colega vía
telemática):
"De
unos 60, con historial psiquiátrico, llevaba mucho tiempo yendo al centro de
día pero ayer no apareció por su casa hasta la noche. Yo mismo me lo crucé y
parecía que se había recuperado mucho, se le veía hasta bien. Mi madre se lo
vio en el bar del chino haciéndose un chupito y tuvieron una conversación y
todo. El caso es que no aparecía y su hermano empezó a preocuparse y empezó a
llamar a la gente para ver si lo encontraban. Como te digo, no apareció hasta
la noche. Y hoy lo han ingresado."
"Daniel
estaba jodido en su vida habitual pero ayer parecía estar desprendiéndose del
yugo. Estaba hablador y pasó un poco de las normas, suficiente para que
levantase sospechas entre los suyos y para que un psiquiatra le hiciese preguntas
hasta hacerlo caer. Eso pienso yo."
A mi padre
le soplaron 900 euros en el cajero el sábado, un tipo con gorra y mascarilla
que hoy no ha podido identificar ante la policía. Sus trámites de esta mañana
han sido la cuestión tratada entre nosotros en la comida. -¡Eres imbécil!-, hay
un momento en que le grita mi madre por algo de la gestión que no aprueba. Y se
sale a fumar un cigarro. A veces las cosas en mi familia se enredan de tal
forma que acabamos todos a gritos, también ante lo más nimio. Es nuestra
catarsis.
Ni siquiera
Satanás es tan malo como para no creer que lo que hace es bueno.
Hoy han sido
16 kilómetros, uno más que ayer, en el mismo tiempo. Ahora disfruto de mi
cigarrito. Creo que recompensas más bien morales como esta es bueno creer que
existen. Y pienso en el cuerpo humano. El portento físico, y me creo en la
élite, aunque de los acabados tal vez. Pero qué diantres, aún siento mi forma.
Aún palpita el rugido del león en los entresijos de mi alma.
Entonces
llega el cansancio como una droga que se infiltra lentamente en los dominios de
tu cuerpo. Ha pasado el lunes. Toca acostarse y dormir. La sesión de cena ha
sido bastante amena y yo vuelvo a tomar mi medicina ante la ligera aunque tal
vez psicológica inestabilidad que he percibido. Las cosas están bien y mi lucha
pierde relevancia. Pero, ¿y cuando no estén ellos? En fin, supongo que no es
para hoy esa cuestión.
Lo que
tengas que decir dilo sin tapujos. Queda hora y media para las 12 de la noche y
concluir así mi pasaje diario de hoy. Me quedan tres cigarros y aún no me la he
cascado, llevo días sin hacerlo, pero de hacerlo después gusto de fumarme uno.
Y ante esta situación se me presenta la polémica de mi admirado escritor
Céline, lo que quizá me lleve más cigarros. Todo está caduco en este mundo.
Nada cambia y sin embargo todo se pudre. Nació muerta la esencia de la vida.
No hay paja.
Me he tomado dos Valium. A veces, cuando despierto demasiado temprano en la
mañana y no hay siesta y llega el mencionado cansancio de la noche, si mi mente
encuentra cierta distracción entonces, me espabilo casi sin notarlo. Una buena
paja ayuda a conciliar el sueño, pero estoy tan intelectualizado que ni ganas
tengo. Es comerme la noche lo que deseo. Y... bueno, supongo que pronto caeré.
En realidad
la esperanza para con la Humanidad es contradictoria, porque se asienta en la
idea de la no extinción y eso conlleva perpetuar el sufrimiento; sea como sea,
eternamente.
Ya no se
puede hablar de religión, pero se siguen matando en nombre de Dios.
Yo creo que
Dios y Alá tendrían que haber dejado claro desde un principio cuál era su
nombre de pila y cuál el pseudónimo.
Las 12 de la
noche. Se acabó. Voy a mear y se acabó.
(Martes)
Pasan las 12
del mediodía. He desayunado bien... he almorzado bien... y al fin me la
machaqué. Hay hostilidad en nuestro entorno. El juicio ajeno no es algo que
pueda importar pero interfiere en nuestro transitar. Busco una especie de
tienda musical en mi localidad y me veo de pronto como un turista desconcertado
mirando letreros arriba y abajo, pero veo rostros conocidos, que me miran, que
evito, que me entorpecen. La policía paró a un medio indigente que parecía
perturbado. Pasé cerca y me fui.
¿Cómo
aguantamos? ¿Cómo diablos logramos hacerlo? ¿Qué perverso ahínco subyace en
nuestra perseverancia vital? Lo desconozco. Pero lo cierto es que los días son
monstruosos, y nosotros, ante ellos, se diría que titanes. Así estamos todos,
destrozados, cobardes, felinos, dementes, malvados, inocentes ante esta enorme
crueldad que nos toca vivir: la vida en cualquiera de sus formas. Y lo hacemos,
incesantemente, adalides del odio, aunque unos dicen que es el amor, la fuerza
motora de todo. Algo de amor debe haber, lo que no se especifica es en qué
consiste. Supongo que es algo intrínseco, como la muerte, a nuestra condición
de seres. Abnegación por la vida. Eso es. Fuente de vanidad, de estupidez. Pero
llegar un martes como hoy a la cama y ser capaz de cargar ya no solo con el
lastre del día sino también con el de toda una vida, debe estar muy parejo al
concepto de heroicidad. Y no soy el único. Somos todos. Y esto es básicamente a
lo que yo llamo el espíritu humano.
Tengo ganas
de hacer polvo una máquina de escribir. Habría de ser un teclado en todo caso.
Pero solo estoy con mi móvil. Y ha sido, llegar reventado a casa, escribir lo
que precede, y despejarme completamente como un día de primavera. Estoy listo,
para afrontar diez noches más como esta. Para decir al mundo, o a nadie, que
amo con fervor mi cometido. Que su insignificancia aparente solo lo convierte
en algo más grande todavía en cuanto que debes acercarte para apreciar su
magnificencia. Claro que voy a escribir ese libro, si no muero antes, y claro
que voy a dejar un mar lleno de esputos verbales aunque las dimensiones del
recipiente se asemejen a las de una galaxia oceánica. Señor... no me abandonará
este macabro aliciente que porto conmigo. Y si algún día muere, será porque he
muerto con él, porque las estrellas se han apagado o porque encontré un mundo
mejor que este.
Mi amigo de
tardeos habla, y me doy cuenta como tiene muchas deudas pendientes. No se
quiere, al menos no lo suficiente, y eso siempre abre una brecha entre
nosotros, me relega a su estimación personal. Quiso ser un gran guitarrista y
no lo consiguió. Por contra, es un gran guitarrista. Pero esto él no lo
entiende. Y no viéndolo en sí mismo solo le queda la distracción, la comida y
el pasajero goce, fliparla con mentecatos de Internet, atribuyéndoles
facultades que exalta porque los aprecia desde una lejanía inalcanzable y esto
le permite escudarse en la imposibilidad de su propia realización. En fin, yo
no puedo resolver la vida de nadie, puedo si acaso pagarle unas birras y darle
cierta coba, pero nos conocemos desde hace tantos años que de antemano siempre
sé que nunca podría contar con él. Es una amistad forjada desde la base de la
resignación, cosa loable también, aunque así son muchas amistades.
Llegan las
horas en las que todo está bien, demasiado bien. Y llegan las ansias de renacer,
aunque sea en otro maltrecho día. Llegan los cigarros como en un espectáculo de
cabaret. Y llega la vida, con su ausencia, con su calmosa alegría y su plenitud
completamente adaptada. El momento es idóneo para todo lo que hay y todo lo que
hay es idóneo para el momento. No hay nada más maravilloso que esta soledad, en
la que me alzo, me atavío de mi esencia y descubro que todo lo demás solo
existe si lo nombro.
Pronto habré
escrito al martes y nada prácticamente de lo dicho habrá correspondido con las
divagaciones que tuvieron lugar en él. Que fueron más bien toscas, anuladas
casi por el mundanal ruido. Al menos estuve con mi madre, ese sujeto que todo
lo puede, aunque a veces pierda los estribos o no goce de una capacidad de
observación demasiado refinada tal vez por ceñirse demasiado a la atención
sobre mí.
Digamos que
a la mayoría de mujeres no les gustan los pajilleros porque son hombres con
demasiada autonomía.
(Miércoles)
La pena
suele ser una falacia. Una simple falacia con la que justificar lo miserables
que somos. Y hay que ver cómo corre... Cómo nos la transmitimos de unos a otros
abogando por una humanización mayor. -Siéntelo, tío, es una lástima-... nos
dicen las voces de todos los puntos tratando de persuadirnos el llanto, la
congoja, disfrazada de empatía. La verdad es que no suele ser así, pues al
sujeto digno de esa compasión se le atribuye la misma siempre desde la
distancia. Nos sirve. Lo utilizamos como parapeto. Nos decimos al tiempo que lo
excusamos que tenemos corazón. Y muchos atracan ahí su discurso. Luego se
desentienden, nada les preocupa, pero la pena ya ha sido socorrida y ven en ese
flagelo hasta una cosa admirable. La pena que destilan algunos, no es, desde mi
punto de vista, más que un artificio condescendiente que nada cambia y todo lo
entumece.
A veces se
come demasiado, y se duerme demasiado, y las ideas se embotan en una placidez
de letargo extasiado. Te cagas, "de letargo extasiado". En fin, lo
que quiero decir es que me la suda todo.
¿Qué
podríamos sonsacarle al miércoles? ¿Bien? ¿Mal? ¿Tirando a bien? ¿Mal? De
momento un bostezo. Una ventosidad... Suspiro... Una risa... Y así transcurre
la vida... La mitad justa de la semana... Vaya con el miércoles... Ah, sí. Nada
importa. Pero vi a aquel negro a las puertas del supermercado, agazapado en la
acera apoyando su espalda contra el poste de una señal y cubierto con una
manta. Le di algo. -¡Gracias, señor!-, se apresuró a responder. No sé de dónde
viene, ni a dónde va, pero da la impresión de haber saltado de una patera y no
tener rumbo alguno. Al salir del súper me embargó un pequeño impulso, como de
ir directo hacia él, lo que corregí casi al instante. -¡Gracias, señor!-, me
espetó de nuevo. Y mientras me marchaba dijo algo, en un balbuceado español.
-¡Yo puedo ayudarle con roba!-. Entendí a medias, le hice un gesto señalando mi
chaqueta. -¿Esto?-. -Sí. Roba-, dijo él. -Ropa, ropa, se dice ropa-, le
contesté. -Sí, sí-, dijo él. -No, gracias-, dije mientras ya me retiraba.
Espero que lo haya aprendido bien.
La humanidad
no es un estandarte que uno alza cuando le place, sino tan solo la capacidad de
ver y apreciar el mundo que te rodea.
Lo peor de
morir no es morir. Es ver el mundo que dejas, abandonar la partida, retirarse,
mientras sabes que todos se quedan.
(Jueves)
Esta vez me
adentro en la madrugada. Ya es jueves. "Y todo lo demás solo existe si lo
nombro..." escribí el otro día. Y claro, es inevitable. De un momento a
otro uno empieza a nombrarlo. Y lo que ahora me viene es el espectro de una
relación. No la tengo. Ni tengo gallos y gallinas en un prado, ni vacas, ni
caballos ni mucho dinero. Pero me decía hace unas horas que si crees que la
vida consiste en algún tipo de éxito, fortuna o fama, entonces es que no estás
entendiendo mucho. Y me hablaba también sobre la posibilidad de compartir esto
con una mujer, lo poco que hay, y me saltaba (y me salta) la risa. Y ya no sé
si esta risa es un cachondeo que me traigo con mi misma condición o un refugio.
Una mujer... por favor. ¿Exactamente para qué? ¿Para poner cara de idiota en
las fotos? ¿Para sentirme respaldado? ¿Para comprometerme con el mundo? En
realidad no necesito a nadie y no necesito nada de eso. Aunque las vea por la
calle, y algunas me intimiden, aunque pueda más o menos desearlas y reconocer
el influjo que ejercen sobre mí. La verdad es que no. Todo lo que necesito es
mi aire, mis noches, mi cerebro. La vida pasa rápido si echas la vista atrás,
la cuestión es no echarla demasiado. Desterrar la melancolía. Creer que, aunque
nada aguarde, todo está por experimentarse. Y así es, continuamos viento en
popa.
Se me cayó
la guitarra al suelo. La electroacústica. La he llevado al lutier. Trastea. Sin
solución. Me corté el índice de la mano izquierda con una lata de pavo. Llevo
desde que empecé este diario sin poder tocar. Quizá influyó eso en empezarlo.
En fin, mi guitarra ya no sirve. Era bonita. Le había cogido el gusto. Pero
ahora toca comprarse otra. En cuanto se me cure el dedo iré.
Escribir en
frío es complicado. Me preguntaba uno por la Red por qué los poetas siempre
escriben sin que se entienda una mierda su mensaje. "No sé", le puse.
A lo mejor en eso está la clave. Hablar para otros mundos. No científicos, no
argumentales. Religiosos, tal vez. Un tipo de religión sin dogmas. Palabras, y
solo palabras, como medio y no como fin. Muy al contrario de los números,
supongo. Y acabo de ver una película. "No mires arriba". Una sátira
sobre el fin del mundo que termina con religión y termina con poesía. Me pierdo
en todos estos campos. Y sé de quien habla de la matemática con la belleza de
por medio. Y sé de su relación astronómica con la música. Y todas esas cosas
que uno sabe de pasada por acumulación de referencias. No importa demasiado, ni
siquiera pretendo hablar del tema. Ahora solo necesito recuperarme un poco de
las dos horas y media de pantalla. Entrar en calor. Volver a mi verdad. Fumarme
un cigarro. Y descansar.
Me debato
incesantemente entre la pasión y el asco. Es fervor lo que por ser siento, y es
sabiduría lo que comprende la noción de compartir mi condición con el resto.
Sin embargo, la humanidad, como tal, desvinculada del propósito más íntimo, se
torna apestosa. Hasta en mi faz lo advierto. La vida no deja de demostrarme que
donde yo puedo estar, donde puedo estar de verdad, en toda mi dimensión,
abarcando un proceso completo, es benigna. Pero cuando miro a lo lejos, como
observador pasivo, solo me devuelve pedazos mugrientos, esputos y barbaridades.
No soy un héroe. No puede ser esto reclamo para la intervención continua. Pero
tampoco excusa para la rehuida. Sin propósito, dejémoslo tan solo al designio
del destino. Enfrentemos todo de la forma más humana posible.
Ya me estoy
pasando de apasionado esta noche. En realidad, ni lo soy tanto como cuando era
joven ni se me revuelven del mismo modo las tripas. Quizá sea cierto empaque lo
que uno alcanza con los años. Aprender el don de la moderación. Que no
significa aplacar las ansias sino sobrellevarlas con más talante. Parece una
gilipollez, pero... quién sabe.
(Viernes)
Estoy
cagando. Hoy ha sido día de consulta en el hospital. Doctor nuevo. Tengo varios
flancos abiertos respecto a mi salud. De cualquier modo me siento bien, y al
volver, según la gestión del sistema sanitario, le da a uno la impresión de que
puedes estar muriéndote y ellos no se percatarían. Me programan en ventanilla
una cita para un año. Al marcharme la estrujo con la mano cerrando el puño y
hago una pelotita con ella. Medito sobre esta acción mientras voy saliendo.
Justo en la puerta la desdoblo un poco; sigue pareciéndome igual de inútil.
Salgo y la tiro en una papelera. La odisea continúa. Ya veremos cómo lo abordo.
Solitario.
Esa es la definición. Ese soy yo. Hay cuando nos mostramos ante un desconocido
una puerta cerrada. Siempre me puebla de admiración e incertidumbre, de
curiosidad pretendidamente no resuelta. Es el tiempo el que puede acercarnos a
entreabrirla. Son pequeñas sonrisas, ojos misteriosos, actitudes diferentes de
las nuestras, las que se nos muestran con timidez, incluso entre las personas
carismáticas. Puede estancarse la relación en una rutina predeterminada, y
nunca traspasar más allá del umbral que pueda percibirse por debajo de esa
puerta. Puede abrirse de par en par y entonces adentrarnos en un mundo ajeno.
Pero siempre terminamos saliendo sin atisbar la insondable realidad del
prójimo. Incluso la nuestra. Hay muchas puertas cerradas en, por ejemplo, una
sala de espera. Tal vez con cerrojo acorazado. Llamar a la indicada, sea donde
sea, puede que se vuelva la empresa más involuntaria.
El ser
humano seguirá siendo lo que es, por más que el tiempo pase.
He empezado
a ver a la gente de un modo distinto. Sin recelo. Sin miedo. Sé de algún modo
que de seguir la inercia de mi actitud indagadora podría meterme en algunos
problemas; pues los miraría insistentemente, como hacen los niños o los
primates. Por eso me coarto. Me coarto de incomodarles. Y escucho, y, a veces,
en una sola ráfaga, me quedo con una sola imagen. También miro por instantes el
cielo y las nubes. Cuando era más joven creí descubrir en ello una faceta que
debiera ser elemental en el ser humano para comprender. Ya no importan aquellos
matices. Lo hago y punto. Y siempre al anochecer la Luna. Cuando es llena la
miro con desconocimiento y extrañeza. Como si nunca la hubiera visto antes.
Algo así me pasa con la gente. Empezando por sus andares, sus manos, sus pies,
e involuntariamente sus ojos. Soy como un pez distraído entre bancos de peces.
Y todos los peces tienen algo, algo que mirar, algo que se pueda escuchar, algo
que me sirva para vivir un día más. No sé muy bien lo que es esto, que me abre
los ojos y hace traspasar mi mirada perdiéndola en el horizonte, pero me temo
que siempre ha estado ahí.
Padre está
mayor, madre tose demasiado, yo... bueno, todavía me sostengo, y el otro día me
descubrí haciendo unos gestos y poses de boxeo frente al espejo. Aún bailo de
vez en cuando. Pensaba pasar esta noche jugando en la videoconsola pero he
descargado un juego que apenas me atrae. Me siento un poco estúpido con ello.
Con esa forma de desperdiciar mi atención. Hace tiempo que tengo el Muerte a
crédito de Céline en la recámara. Siempre me alivia un poco. Ese hijo de puta
escribía demasiado bien. Esta noche mi madre decide quedarse a dormir. Ya estoy
en mi cuarto. Medicinas... cepillado... y vamos a ver qué nos cuenta el tío
Ferdi.
No hubo
lectura.
(Sábado y
final)
Me levanto
el sábado y lo de siempre. Por las mañanas tengo tendencia al desánimo. Como de
costumbre, me quedo sentado en el borde de la cama, más bien gacho,
contemplando mi protuberante barriga. Me fumo dos cigarros prácticamente
seguidos en esa posición, pero me doy cuenta de que el segundo ha sido
prescindible. He quedado para almorzar en apenas media hora. Y mi ánimo, junto
con mi apetito, está bajo mínimos. Aun así sé por experiencia que es
transitorio, así que, me pongo en pie, me dirijo al aseo, y prácticamente ahí,
comienza el día para mí. Cuando llego, tras tomar mi coche, el otro barrio al
que me dirigí ya bulle. Son las 10 de la mañana.
Hemos
almorzado dos amigos y yo. Uno toca la batería conmigo y el otro es ese
guitarrista que ya he mencionado aquí. Mis palabras no terminan de salir, caigo
en sucesivas intermitencias, para cuando llegan los cafés ya soy más persona,
acabamos el batería y yo en el local de ensayo, llevo muchos días sin tocar por
lo de mi dedo y aun así ha estado bien.
Ahora es
padre el que toma la palabra en la sobremesa en mi casa. Mi madre ha preparado
una sopa. No hay nada más. Tocará ir al supermercado esta tarde. Y padre habla.
De sus gestiones. No hay pretensión alguna ni notoriedad en su discurso, pero
habla de cosas importantes y de gente relevante en la política. Padre tiene
para todos. Sería capaz de abordar al mismo presidente del gobierno. Desconozco
si lo ha hecho ya. Y concluye ante la más bien indiferencia de mi madre y mía
que tan solo oímos, que todo ese movimiento y actividad le sirve a él para
animarse un poco, darse vidilla. Muy bien, padre.
Pobre Ismael
(es mi nombre), sobrecogido ante la extrañeza del mundo... Perdido en la
constante búsqueda de su identidad... Con sus achaques y sus miedos... Teniendo
que ir a comprar. Siempre la compra masiva se me hace un mundo. Carezco de
determinación para elegir las cosas. Vi a un hombre que iba tan tranquilo
caminando lentamente con su carro mientras su pareja introducía cosas en el
mismo. Traté de imitarlo y que fuera mi madre la susodicha a tales efectos.
Luego frente a la caja soy torpe sacando cosas para depositarlas en la cinta.
Había otro hombre con una niña delante. Parecían divertirse. Me pregunté si yo
podría hacer lo mismo llegado el caso. Pero ahora estoy aquí, en mi cama,
abrumado, queriendo rellenar esta recta final del objetivo que me propuse hace
una semana, más bien triste, con alguna dolencia, y, en fin, será cuestión de
hacerse un cigarro y esperar. Hoy toca sesión de cine en casa con mis padres.
Los truenos de las fallas han comenzado ya.
A mi padre
lo van a matar sus gestiones, estoy en mi cama mascando golosinas y lo escucho
por la ventana pregonar y pregonar por su teléfono móvil. En breve entrará. A
madre la dejé en el comedor, también con su móvil, pero mirándolo. Me he
inflado a azúcar. A ver qué es de la sepia que hay para cenar.
La virgen
roja. Sobre la vida y muerte de aquella niña prodigio definida y asesinada por
su madre, Hildegart. Mis padres prestan mucha atención, yo, escribo esto. Es el
final de mi particular experimento. He escrito durante siete días. De forma más
o menos desinteresada. Acerca de mayores y pormenores de mi vida y de mí mismo. No
ha estado mal.
Hildegart ha
muerto.
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