Sábanas a la intemperie


Mis padres. Y siempre mis padres. Esos seres a los que extrañaré y ya echo de más por momentos cada noche. Bajo su influjo. Con un extraño amor incondicional que no puedo rebatirme. De algún modo no pude hacer mi vida. Pero qué habría sido hacerla. ¿El sustraerme bajo los lazos de una mujer? Soy hijo único. No habría tenido sentido vivir solo. Por contra ahora ellos están ahí. Cada noche. Cada nuevo viaje que decido emprender a su lado. Mientras la vejez los hunde y yo los observo como un hombre que está en plenas facultades y que al fin al cabo sigue siendo un niño a sus ojos.

Él. Formidable a la hora de resolver cuestiones mundanas, oficiales, prácticas, pero un necio a la hora de atender a cualquier sentimiento. Rudo como la piedra. Ella. Introspectiva. De un hermetismo que raya en el pudor. Un océano contenido entre su piel. Y luego estoy yo. Un espectador sufrido. Pasmoso. Que nunca sabe a qué atenerse. Pero qué sé yo de mis padres. Si realmente no los conozco. Si creo que es la gran incógnita del ser humano. Cuanto más convives con alguien, más lejos estás de su esencia. Porque son todos los días. Apenas hay distancia con la que poder apreciarlos en toda su dimensión. Y supongo que lo mismo les sucede a ellos conmigo.

La vida transcurre de un modo excepcional. Todo está bien. Demasiado desde mi solitaria posición. Mi cuerpo se adapta a esta soledad como gacela al monte. Y no tengo que trepar. No tengo que huir. Porque no hay cazadores que puedan advertirme. Si la muerte está ahí, yo estoy en otro lugar. Si el vacío se quiere adentrar en mí, yo lo disipo soltando un pedo. Porque cuando estoy solo soy la magia y el milagro. He pensado que tal vez, si pudiese, probaría algo de suerte. Me desprendería de estas paredes a las que estoy aferrado y dejaría mi cuerpo a expensas de la corriente. No hay ningún miedo en mí. Todo legal. He recuperado mi facultad expresiva. Mi temple. No tengo deudas ni con la vida ni con el mundo. Pero de momento no es posible. Aún soy un hombre tutelado económicamente. Será lo siguiente. Si es que es. La cuestión es que no me importa. Lo que he ganado es tan grande que ya nadie puede arrebatármelo. Porque se trata de eso precisamente. Algo, que está dentro de mí. De mi noción. Y ahí vienen cada día mis padres, felices, viejos, pero felices, a los que yo doy apoyo de un modo sibilino. Sin que ellos lo noten. Y mi madre se preocupa por mí constantemente, y mi padre menoscaba mis sueños, cuando tímidamente aparecen. Y a mí no me importa porque sé que soy ese pequeño duende que los mantiene vivos. Ay… Qué sería de ellos sin mí. Lo he pensado alguna vez. Uno en la Patagonia y otro en el Caribe. Sin embargo ahí estamos los tres. Ahí somos una familia decente. Sin negarles parte del mérito. Porque es como si ellos también supiesen que la vida te coloca donde debes y no donde a ti se te ocurre porque has leído la historia de algún caballero errante. Esto es lo que hay. Esta es la totalidad del conjunto. No es perfecto pero sí es maravilloso. Nunca tendré mujer a este paso pero quién lo necesita cuando tan solo se trata de un concepto desdibujado. El sudor está ahí. La sangre. Las ventanas. El sol y las nubes. La noche… Todo al abasto de un tipo que se perdió por senderos inhóspitos un tiempo, que deambuló por precipicios mortíferos. Y a la postre, es tan solo un niño que se ha reencontrado consigo mismo.

Hoy decidí escribir esto. Porque a pesar de no ser el deslustrado cuento de siempre, es algo que merece un hueco entre el polvo de estos estantes. Remataré igual. Encenderé un cigarro y a ver…

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