Sin título

I

 

La desesperación ayuda a escribir. O puede que sea la escritura la que ayuda a la desesperación. De cualquier modo no queda nada de ella en mí. Y creo que las mejores cosas las hice cuando estaba sujeto a la misma. No sé qué saldrá de aquí pero debo intentarlo porque ayer volví de unas vacaciones y aún estoy tratando de digerirlo. Empezaré por el principio. Como digo, no hay desesperación aquí, que entre medicamentos, soledad y paciencia infinita parece que haya muerto, pero sí un compromiso idiota algo vanidoso que me lleva a querer contarlo todo. Es mi voz contra el mundo, lo único que me queda para mis adentros y tal vez también lo único que creo saber hacer.

 

 

A Hugo y a Fran los conocí en la misma época. Hará cosa de un año o año y medio. Ellos eran amigos de un tercero, Tino, una especie de gurú de barrio en el que confluíamos todos. Tino no profesaba nada, simplemente tenía esa especie de carácter imantado que nos atraía a todos por su desparpajo y peculiaridad. Era un maestro de la guitarra eléctrica y fue en su local de ensayo donde conocí a Fran que tocaba la batería en su grupo. Cabe decir que Tino un tiempo antes no quería saber nada de mí y fue gracias a Juan, con el que yo empecé a retomar el contacto de algún modo con la sociedad tras casi un año después de abandonar aquel psiquiátrico, que aquél consintió de nuevo verme. Las desavenencias entre Tino y yo se remontaban mucho en el tiempo pero sin Juan por el medio, otra pieza clave de esta historia, probablemente no se habría dado. Pronto empecé a quedar a solas yo también con Tino, nos cogimos el pulso de nuevo, nos hicimos medianamente cómplices, almorzábamos, bebíamos, íbamos a su local, y todo esto siempre en su barrio porque Tino tenía el impedimento de su agorafobia contraído hacía ya algunos años. Por eso digo, todos pasábamos por Tino.

 

Esta vez Tino se encontraba en una de esas sesiones con su grupo y yo no conocía de nada a los otros dos. Uno era Fran y otro el bajista. Más que animarme, me envalentoné. El contacto social es algo que quedó sumamente mermado tras mi reclusión. En aquellos locales ya había estado yo con mis dos bandas anteriores y me conocía bien la guisa. No podía evitar sentir cierto repudio, había pasado demasiadas horas sumergido en aquellas catacumbas. Su largo y estrecho pasillo de entrada, su luz desvaída, aquellas habitaciones enmoquetadas, oscuras y minúsculas. Todo me era demasiado familiar. Y llegué allí como un pollo, un novato que en esta ocasión se encontraba totalmente fuera de lugar. Pero al final bebimos, me animé con la cerveza, me endosaron una guitarra y acabamos por tener una pequeña sesión de ruido que me dio algo de confianza. Noté en repetidas ocasiones que el bajista rehusaba mirarme a los ojos. Daba la sensación de que mi mirada lo lastimaba. Y cuando el encuentro entre ambas miradas se establecía, cambiaba rápidamente de interlocutor. Yo no culpaba a nadie, mis ojos venían de estar amordazados, locos, desesperados y plagados de dolor. Si había rencor o algún tipo de maldad en ellos, yo habría sido el primero en asumirlo. Sin embargo el discurso de Fran, que se animaba sobradamente con el alcohol, era completamente festivo, procaz, ingenioso a veces, y nos hizo una demostración de su cómica locuacidad con la que todos rieron mucho. Al marcharse los demás, recuerdo bien quedarnos él y yo solos. Fue entonces cuando motivado por toda la sesión que se había dispuesto y en medio de la plática establecida me arranqué a recitarle un poema que había escrito hacía no mucho. Lo acogió bien, dijo aquello de... "eso está de puta madre, porque se ve, se ve lo que estás diciendo". Yo lo tomé por un cumplido innovador para mí y acabó por caerme bien.

 

Los días seguían, enfrascado en mi miseria, lidiando con mis padres a cada jornada, con la eventualidad de mi vida en sí, saliendo con Juan arriba y abajo, fue un año en el que pateamos juntos bastante y Tino se nos medio unió logrando rebasar el umbral de su barrio cuando iba muy borracho. En las conversaciones empezó a aparecer un nuevo personaje para mí. Se apuntaba de él que era psicólogo, profesor de psicología en la universidad para ser más exactos. Que además era cocainómano y putero. Lo segundo no me llamó excesivamente la atención, pero lo primero recuerdo que comenzó a inquietarme un poco. Yo tenía aversión a la psicología como profesión. Me parecía, y me sigue pareciendo, un pañuelo de mocos fácil, inútil y destinado al consuelo de los más cándidos. Y eso en el mejor de los casos, porque si hablamos de psicología industrial, destinada a la selección de trabajadores o la captación de público por parte del marketing, la cosa ya se desmadra y cobra un cariz tenebroso. Pongamos que hay psicólogos buenos, de hecho yo conocí a una, incluso puede que a dos, a tres ya creo que no. Pero la idea de conocer a este en particular me causaba cierto reparo. Se trataba de tenerlo como un colega, alrededor de una mesa de bar, de algún modo me sorprendía que un tipo así frecuentara la compañía de Tino con cierta regularidad. Hasta que un día, Tino me dijo que se encontraba con él en uno de estos bares que a mí me causaban pavor. No me lo pensé mucho y allí que fui a conocerlo.

 

En el trayecto en coche fui pensando en cómo presentarme, no tenía nada calculado pero mi historia hablaba por sí sola. Yo acababa de ser recientemente víctima de una estafa amorosa por Internet. Gracias a la cual había perdido una gran cantidad de dinero, había ingresado en el manicomio y me habían retirado la tutela de mi economía. Una vez allí recuerdo doblar aquella esquina, estábamos cerca del verano, las mesas colindantes repletas de gente, tipos duros, una terraza ancha que daba al otro extremo del pueblo en la parte del río, bajé una pequeña pendiente y allí me los vi a los dos. A este hombre de frente, que de algún modo me advirtió al instante, y a Tino que hube de acercarme por su espalda para saludarle. Hugo no se levantó, estreché su mano, choqué la de Tino, me senté con ellos y comenzamos a hablar de cualquier banalidad. Pronto nos levantaríamos a fumar Hugo y yo y fue cuando en menos de diez minutos, sin saber por qué lo hacía, le relaté toda mi historia. "No sé si me entiendes...", le confesé. "Sí, sí, si lo explicas muy bien", me contestó él. Y entonces quise ir más allá, di rienda suelta a mi parecer y le hablé de la posición conservadora de mi psiquiatra, como que debía ser del Opus, anclada ideológicamente en la derecha, o algo así. A mi juicio aquella mujer me estaba matando a base de medicina pero cuando tomamos de nuevo asiento Hugo ya había ganado bastante posición respecto a mí en el conocimiento mutuo de cada uno, y socarronamente bromeó con el tema de la ideología. Me dio la sensación de que no había escuchado nada, solo se había quedado con eso. Yo había querido hacer psicología de mi circunstancia para él, y aquello era coherente y tenía sentido, pero la realidad es que no la hay y ésta, a día de hoy, tan solo es dialéctica.

 

Después de aquello no me entusiasmaba mucho la idea de volver a ver a aquel hombre. Pero el caso es que él seguía quedando con Tino, y yo seguía quedando con Tino, y empezó a quedar con Juan, y yo seguía quedando con Juan. Juan y él tuvieron una etapa de hacer varias travesías juntos y en una de ellas me añadí yo. Fue por mi misma calle cuando Hugo muy resuelto me pidió mi número de móvil y obviamente yo se lo di. El contacto estaba establecido, íbamos a ser amigos para los restos. Empezó con los mensajes de chistes gráficos, cosa que también hacía con Juan hasta que Juan se hartó y le pidió amablemente que dejara de hacerlo. Pero yo cedí. Si antes he hablado de la peculiaridad de Tino la de Juan no se quedaba más corta, era un hombre que también acudía al psiquiatra, como yo, y que tan solo un año antes a mí había sido, también como yo, recluido. Sus síntomas estuvo contándomelos él durante todo aquel año que pasamos caminando codo con codo y yo llegué a interpretarlos como su forma de ser. En cierta ocasión esta forma de ser chocó de plano con la de Hugo y se produjo un distanciamiento brusco entre los dos. Para entonces Hugo ya había empezado a solicitarme a mí para quedar a tomar café por las tardes y yo, francamente, había acudido por no quedar mal casi todas las veces. Fui descubriendo poco a poco que Hugo y el anteriormente citado Fran eran colegas bastante cercanos. Habían vacacionado juntos algún verano, vivían cerca y se veían con cierta asiduidad. Llegó un día en que yo convidé a Hugo a mi casa, y como siempre traté de ser un buen anfitrión. Yo andaba tonteando con las páginas de citas y había contactado con una mujer que residía en el interior. Me había mostrado sus tetas, su culo, su coño, y me había masturbado buenamente gracias a algunas video-llamadas. Deseaba ir a verla, pero ella me puso una condición. "Algo me tendrás que dar", decía. Así que le compré un teléfono y ya casi me disponía a partir el día siguiente. Aquella tarde en mi casa esto Hugo no lo vio bien. Tal vez yo tampoco se lo planteé bien. Pero él conocía mi historia, que yo le había contado al conocernos. Y me preguntó sobre la chica, "¿es desgraciada?". "Bueno, es camarera en un hotel rural, trabaja, y tiene tres hijos en Brasil", contesté yo. En ese momento Hugo estaba estableciendo en su cabeza un perfil de mí. Ya había salido el tema en anteriores ocasiones, cuando se enteró de que mi primera novia era sorda. Me veía como un tipo que necesitaba recurrir a la figura de salvador para seducir a una mujer. Y yo me abrumaba pensando en por qué diantres tenía yo que permitir que las personas se metiesen así en mi vida. Ofreciéndoles todo tipo de información, incluso la no requerida, para, al fin y al cabo, predisponer todos sus prejuicios. Llámese falta de pudor. O, también, en este caso concreto un paternalismo estirado por parte de mi interlocutor. Que acabó confesando cuando se lo expuse de un modo más pragmático, "bueno, en ese caso sí, si tan solo se trata de una transacción a cambio de sexo, de acuerdo". Pero quién sabe lo que a cambio de sexo puede llegar a suceder. No hay premisas, bajo mi punto de vista, en las relaciones humanas, no debe haberlas. Ese es un gran problema de la sociedad, todos vamos con una intención determinada a la interacción con otros, falta altruismo. Si la chica está jodida, y a cambio de ensartar sus carnes tan solo pide eso, por qué no ofrecérselo incluso como un simple paso a algo más cercano. El caso es que yo vivía unos tiempos de indecisión brutales, ya había estado barajando la cuestión y al final opté por darle el teléfono a un indigente para que lo vendiera, del cual no sacó ni un tercio de su valor original y le dije que podía quedárselo.

 

Así estaban las cosas, yo apenas sabía nada del tal Hugo, pero él ya había dejado caer juicios de valor severos sobre mí. Comenzó a hablarme sobre sus problemas con la cocaína, y lo relataba con cierta naturalidad forzada. Me enteré muy por encima que asistía a reuniones grupales para tratar problemas psicológicos, y llegué a saber también que había tenido un pasado depresivo donde una mujer que lo mangoneó, según dejaba entrever él, había sido también protagonista. Puse un poco de jazz, preparé cafés, a su despedida tuvo la gentileza de decirme que mi hogar era muy acogedor. Hasta que llegó el día, se aproximaba el verano, yo seguía tonteando con mujeres en la red, conocí a una de una localidad playera relativamente próxima. Para entonces, Hugo, Fran y yo ya habíamos organizado un par de quedadas en mi casa; una noche para hacer un asado argentino, y un domingo para poner al descubierto mis habilidades culinarias haciendo una paella a leña, evento al que también fue invitado Juan. Y Tino, pero de un modo simbólico. Pues él no se atrevería a venir.

 

Como digo, llegó ese día y a mí, en un grupo de chat que habíamos montado los tres, se me ocurrió hacer una propuesta. Irnos algún par de noches de hotel a una localidad como la citada anteriormente. Ellos me tomaron la palabra, y sin comerlo ni beberlo, la cosa se extendió y finalmente acabamos organizando todo un viaje a la costa alicantina para una semana completa.

 

Tuve mis reparos desde el principio, no por ellos, por mí. A 15 días de emprender el viaje, mientras disfrutaba de un retiro con mis padres en un apartado chalet, vahídos y sensaciones de inestabilidad aún estaban acosándome. Acabé por tomarlo como un reto. Les escribí un mensaje donde les agradecía la oportunidad que me brindaban de hacer un viaje con dos amigos que conocía de no hacía demasiado y me mentalicé de que aquello ya estaba hecho y no había vuelta atrás; aunque cierto es que a punto estuve de cancelarlo. Mi madre, de algún modo, me ayudó a que no sucediese esto.

 

Cené con Fran unas noches antes, él era otro cantar. Sus problemas habían venido derivados por el alcohol. Una vida de excesos, según contaba. Trabajaba en una nave haciendo piezas para ensambles mecánicos. Y había tenido que separarse de la bebida durante 7 meses tras un incidente que para él había colmado el vaso, nunca mejor dicho. El caso es que cuando se pasaba bebiendo adoptaba a veces una personalidad completamente ajena y opuesta a su parecer habitual. Se volvía malo, literalmente. Y siempre de un modo verbal arremetía contra todo lo que se cernía a su alrededor. La que había montado aquella vez había llevado a Tino, que compartió la situación, a alarmarse mucho y recuerdo sus mensajes en mi móvil medio angustiados y medio asustados. Yo no daba mucho crédito hasta aquel episodio que el mismo Fran me reconoció, y siempre lo había visto como alguien bondadoso en demasía. Sabía de él que había acudido a la UCA, la unidad de conductas adictivas, para renunciar más tarde a dicha asistencia donde básicamente lo querían etiquetar. Él dejó el alcohol de pleno; para cuando se dio aquella cena ya volvía a beber, pero con mesura. Decía que aquellos 7 meses le habían venido muy bien, y que su sangre se había desintoxicado. Mientras no cayera en la desidia de beber tan exponencialmente como lo había hecho hasta entonces no debería haber problema. Y yo, de algún modo, acepté sus argumentos. Convertir en crónica la dolencia de una persona es algo que se pretende hacer con tanta frecuencia en esta sociedad... Qué voy a decir yo, soy otro claro ejemplo.

 

Tuvimos una conversación medio surrealista, donde él se explayaba en la idea de que Jesucristo fuese en realidad una cucaracha. Yo me desenvolvía mejor con Fran que con Hugo, aunque con ninguno de los dos llegaba a ningún puerto. La risa liberadora de la juventud fraternal es algo que estaba muerto en mí. La camaradería y la complicidad también. Si estaba con ellos, hubiese podido ser porque había que estar con alguien, y estos, sin desmerecer mis propios méritos, me aceptaban en su rebaño.

 

A Fran también le gustaban las putas, y tenía una expresión jocosa derivaba del idioma valenciano para referir la asistencia a ellas. Sin embargo, por lo que decía, él hacía tiempo que no las había frecuentado. Y creo recordar que me comentara que la última vez había sido en una salida con Hugo. Yo, también tengo un pasado putero, y cada uno sabrá cómo se lo monta, pero a mí no me funcionan. Ni siquiera sé si me podría funcionar ahora en una relación esporádica. No es sexo lo que necesito, es más bien amor. Pero para el amor ya me estoy haciendo viejo, así que tal vez tan solo el sexo estaría bien. Algo que desencadenase todo lo demás. Soy un ser reprimido. Pero no nos desviemos de esta historia, la cena con Fran llegó a su fin, bebimos bastante, comimos bien, el dueño del bar nos invitó a un chupito para finalizar asombrado por que, después de tres horas, aún siguiésemos allí. Llegó el momento de la despedida, miré los ojos ebrios de Fran y aún recuerdo aquella mirada. Era cínica. Sutilmente disimulada. Qué diantres, yo nunca llegaba a buen puerto con nadie.

 

Desde aquel momento haríamos dos quedadas más, para ultimar los aspectos del viaje. Una fue en mi casa, donde no ultimamos nada, y otra en otro bar la noche anterior al día de partida. Ya nos habíamos convertido en tres. Habíamos estrechado notablemente el círculo.

 

 

II

 

Este relato empecé a escribirlo hace meses, aún estábamos en verano, ahora está a punto de llegar la Navidad. Es extraño cómo entran y salen las personas de tu vida. En el caso que nos ocupa, el viaje tuvo la culpa.

 

Recuerdo que esa mañana ya empezamos mal. Ellos dos no, entre ellos no, pero yo tenía algo dentro de mí que no los terminaba de tragar. El plan era que Fran recogería a Hugo; al final iba a ser Fran el que, después de alguna controversia al carecer en su coche de aire acondicionado y no tener la ITV al día, lo llevaría. Este percance no les preocupaba en exceso a ellos dos, pero a mí no me parecía lógico. Desde luego yo no iba a poner mi coche en mis circunstancias (argumento que me guardaba para mí), y el de Hugo tenía un maletero demasiado pequeño según mi parecer, algo que le sentó mal al propio Hugo cuando se lo comenté. Así que, con todo, Fran llevaría el coche y esa mañana recogió a Hugo como estaba previsto, pero… el par de veces que habíamos quedado y alguna otra, ambos tenían la mala costumbre de entrar por mi calle en dirección contraria, ya que, hasta la fecha, ninguno se había tomado la molestia de aprender cómo se accedía a mi casa correctamente. Y en el banco de la esquina los esperé aquella mañana; pensando, sin saber por dónde aparecerían y temiéndome que lo hicieran de aquella manera. Como la calle era prohibida, Fran metió un acelerón para atravesarla lo más rápido posible y llegar hasta mí. Recuerdo muy bien que lo pensé, “empezamos mal”. Pero ya no había nada que remarcar, lo siguiente sería tomar mis bártulos y meterlos dentro del maletero con su ayuda, meterme dentro del coche e iniciar la travesía de unos casi 300 kilómetros con aquellos dos sujetos que realmente, apenas conocía.

 

El trayecto fue muy típico, solo recuerdo aquel amanecer en carretera, confortable, Fran conducía bien, con total relax y confianza, algo que casaba con su carácter manso en general. Sujetaba el volante con los brazos ligeramente reposados sobre las piernas y siempre sosteniéndolo por las partes laterales del mismo. Era curiosa esa forma de conducir para mí, porque además nunca descansaba su mano derecha sobre la palanca de cambio, ni siquiera a velocidades pequeñas, y como todo funcionaba bien no cabía más que observar. Después de la parada que hicimos yo me quedé dormido un rato y Hugo aprovechó para joder echándome una foto. Le recriminé su comportamiento, pero supongo que es lo normal en un viaje de solteros cuarentones. Luego quiso echarme otra normal y le saqué el dedo y no la quiso hacer. Algo así como “qué desagradable eres”, comentó. Para mí aquel gesto también estaba dentro de la normalidad. El caso es que Hugo tenía aquella costumbre, de vez en cuando echaba fotos a los colegas ridiculizándolos. O al menos, a los que él consideraba dignos de ello.

 

Atravesamos varias ciudades, una de ellas monstruosamente suntuosa, y al final llegamos a nuestro destino. Nuestro rinconcito al lado de la playa, un lugar de apartamentos bajitos y muchos restaurantes. Y no encontrábamos aparcamiento. Al parecer nuestra morada se situaba justo cara a una avenida de dos sentidos divididos por isletas. Aquí Hugo protagonizó lo que a mi parecer en aquel momento fue una heroicidad. Con Fran detenido en doble fila y nosotros bajados del coche, vi un hueco en la acera de enfrente y así lo comuniqué raudo a mis dos compañeros. “¡Vamos! ¡Vamos!”, gritó Hugo. Y allá fuimos él y yo a guardar el sitio para que Fran pudiese dar la vuelta y aparcar. “¿Hay sitio?”, exclamaba éste como si no terminase de creerlo. “¡Sí, sí! Da la vuelta”, gritaba Hugo. Pero cuando Hugo y yo nos plantamos allí, en aquel hueco esperando a Fran, otro coche hizo aparición. Entonces la cosa se acaloró enseguida. Eran una pareja, decían no sé qué de que estaba prohibido guardar el sitio y de que iban a avisar a la policía, ellos también querían aparcar. En ese momento yo les habría regalado el sitio, pero Hugo no perdió los papeles y trató incluso de razonar con ellos terminando por decirles que llamasen si querían. En un momento el coche invasor fue a tirar marcha atrás para introducirse en el preciado hueco pero Hugo no se apartó. En ese momento Fran llegaba ya por detrás y viéndose el percal me miró preguntándome con la mirada que qué hacía. Yo le dije que entrase, metió el morro y Hugo terminó de despachar a los entrometidos que bregaban por aquel aparcamiento. Cuando por fin se fueron y Fran hubo aparcado ya el coche, Hugo seguía exponiendo su razonamiento; al fin y al cabo, decía, no estábamos guardando un sitio, solo esperando a que llegase un colega que estaba enfrente mismo. Desde luego, la actitud de la pareja dejó mucho que desear. El razonamiento de Hugo lo daremos por válido. Si aquello estaba prohibido o no es algo que desconozco. Pero de la policía mejor no hablar.

 

Ya teníamos el coche aparcado, cerca de nuestra estancia, la casera que nos había recibido era una especie de empleada que trabajaba para la verdadera dueña, aquélla parecía de algún país de esos del Este; a Hugo, que fue el que había llevado toda la tramitación, le entró por el ojo y no dejó de hacer algún comentario pícaro respecto a ella después que tanto Fran como yo no pudimos dejar de respaldar. A este tipo de aceptaciones me resignaría yo a darme durante la totalidad del viaje. Allí se hablaba sobre todo de mujeres, desde una perspectiva abiertamente sexual, de coches, y de maricas; esto último a veces de manera paródica y otras con simple rechazo. Yo estaba cansado de estas monsergas, las típicas entre hombres que había vivido desde más allá de mi adolescencia. Tanto tiempo solo las había olvidado. Volver a recordarlas con estos dos sujetos no era de mi mayor agrado. Pero el caso es que los primeros días marcharon bien. A día de hoy creo que se debió al hecho de que me vi exitosamente realizado postrando mis pies tan alejado de mi hogar. Lo había conseguido, había aguantado el viaje, la acomodación en tan desacostumbrado sitio.

 

Llegó la hora de reconocer la zona, de comer algo, sentarnos a un bar o restaurante, lo que fuera, el sorteo de las habitaciones ya se había realizado, pues solo había dos, una con cama grande y otra con dos normales. A mí me había tocado compartirla, y hacerlo con Hugo, Fran fue el que tuvo esa suerte, habitación para él solo, así que yo, decidí que dormiría mejor en el sofá del comedor que se encontraba bajo, donde podría fumar a mi antojo y no estaría sometido a las inclemencias de un compañero de habitación. Como digo, fuimos a buscar algún sitio donde comer algo, y era curiosa esa forma de andar por allí que teníamos los tres. Ellos dos solían caminar por delante, y yo por detrás. Cuando avistábamos un lugar donde comer, todo eran tribulaciones. Los tres queríamos comer lo que fuera, pero al parecer aquello se trataba de no romper el cordón que nos mantenía unidos y así, unos por otros, nunca nos decidíamos por ningún local. De tal modo sucedía esto que una vez pasado este u otro garito a veces retrocedíamos sobre nuestros pasos y ya era tarde porque o bien no había sitio o ya estaban cerrando. El tiempo de nuestro primer contacto con aquello seguía pasando y nosotros, hambrientos como estábamos, no atinábamos demasiado con eso de sentarnos. Así fue todo el viaje -cuando nos lanzábamos a eso de la exploración-. Por fortuna en estos trayectos empezamos a conocer algunos sitios y pronto estos dos o tres lugares se establecieron como fijos.

 

 

III

 

La Navidad ha pasado. Apenas quiero saber ya nada de esta historia. Pronto llegará la primavera. A los dos personajes citados no los he vuelto a ver, ni creo que vaya a verlos si no es por algún casual. Luego está Juan, el excéntrico, y luego está Tino, el gurú de barrio. Lo único que podría resumir de aquel viaje es que simplemente sirvió para darme cuenta de quiénes eran aquellos dos. Y fueran lo que fueran, jamás habría podido seguir con ellos.


Juan ha encontrado un nuevo amigo, un camello con el que fuma porros y bebe cerveza debajo de un puente. Y de Tino me he tenido que despedir hoy, porque estoy mejor solo. Supongo que hay mucho por contar y me dejo prácticamente toda esta historia en el tintero. Pero no es que importe mucho, habrá más historias o tal vez no. Como digo ahora estoy solo, solo de verdad. Aunque todavía tengo a mis padres. Listo para cazar mariposas. Es todo tan ridículo… Solo quiero ponerle el punto y final.

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