All in in love

En mi vida todo han sido derrotas, creí tomar la delantera en algún momento, pero nada más lejos, era amor. Puede que la única victoria sea estar aquí ahora. Haber sobrevivido. Viví mi infancia como un niño puntualmente genuino, y la adolescencia con rudeza y discreción, siendo víctima del crecimiento. A medida que me hacía mayor la vida carecía cada vez más de misterio. Una vez, fumando un cigarro con una eventual amiga en Cardiff, estábamos sentados en un bordillo en una noche húmeda, hablábamos de ello, de la vida, a fin de cuentas le confié mi más hondo sentimiento, algo así como "solo quiero de la vida estudiar, llegar a la universidad, sacarme una carrera, y a partir de ahí, vivir", y conforme pronunciaba esta última palabra extendía mis brazos con amplitud haciendo énfasis en ella. Ella reaccionó al instante, se cautivó. "Yo también", dijo, "yo también quiero eso". Era obvio entonces que hasta aquel momento ninguno de los dos tenía la sensación de haber vivido. Y ese era nuestro básico anhelo, expresado con la ingenuidad de un par de jóvenes a los que el mundo les prometía mucho y por lo visto nada les daba. Entonces crecí un poco más. Fueron años apresurados los que vinieron después. Descubrí la filosofía. Parecía que con esa herramienta uno podía comerse el mundo. Y llegó ella. Una mujer muchos años mayor a mí. Me enamoré, entré a la universidad y ya había caído en la trampa. Odié aquel lugar, me odié a mí mismo, me sentí más impotente que nunca, no había futuro, pero era demasiado tarde para echarse atrás, fui hasta el final, compaginando estudios y un amor tan alejado en distancia y edad. Un día mi sistema no lo soportó más y se bloqueó. Paré de súbito. Hecho que dio lugar a tener que rendir muchas cuentas por ello y nadie, ni siquiera esta mujer, tras cuatro años, lo comprendió. Acabé encerrado, tachado de enfermo mental. Y a partir de ahí fichado de por vida. Para cuando otra chica llegó, María, que no llegó nunca, yo era un hombre nuevo, pero ella no llegaba, y yo guardaba y guardaba, solo para tener lo suficiente que mostrarle si se decidía a aparecer. Esto no se produjo y como el huérfano que pierde a sus padres en un accidente de avión siendo un niño, quedé desprovisto de toda la ilusión que me había sustentado hasta entonces. Mi integridad fue pereciendo de tal modo y me arrinconé tanto en la soledad que para cuando aquellos doctores me echaron un solo vistazo de un segundo no tuve el mínimo reparo en proceder a un segundo internamiento. Al salir estaba muerto, ahogado, todo lo que una vez se soñó para los dos había desaparecido y no pude más que claudicar, abandonarla a su suerte, y dejar de esperar. Conocí entonces a Zara, una chica jovial que tan solo quería ponerse encima mío. Y así duramos un año exacto. Ella se fue, yo la dejé marcharse, aún pensaba en María. Pero para cuando volví a encontrar a ésta, todo había cambiado, salvo una cosa, yo la seguía queriendo y ella seguiría sin venir, cosa que aunque nunca hice, yo ya no tenía derecho a reclamar. Las cosas habrían sido bien distintas de ella haber aparecido algún día, me digo a veces, pero eso tampoco garantiza el éxito. Una aparición suya en televisión, la oscuridad total y los celos enervados, configurarían en mí la creciente paranoia de estar siendo observado. Como si alguien tratase de impedir el encuentro de nuevo. Ni cabe decir que esta vez sí, cuando llegaron aquellos policías a mi casa, me resistí. Y tuvo que ser atado como ingresaría por tercera vez en un centro psiquiátrico. Al salir lo mismo, facultades aniquiladas, me olvidé, a medias, de María y viví 7 años trabajando como un negro. En ese periodo conocí chicas, lindas, inteligentes, pero aún quedaban restos de mi pasado en mí. No pude más que desvincularme de todas. La paranoia entonces volvió. En forma de adiós simbólico hacia la persona de quien había estado enamorado por 15 años. Y cuando dos lágrimas recorrieron mis sienes tumbado boca arriba sobre mi cama, supe que serían las últimas de su recuerdo. Fue entonces cuando llegó la cubana. Al breve tiempo. Y yo, ya puestos, me lancé de nuevo. Esta vez con estrépito. Si había de ser así, sería. Ella estaba en su país, la traería, la preñaría y sería feliz. Pero todo fue una estafa. Dos años duró aquel calvario. Hasta que lo descubrí. Volví a creer en esos entes malévolos que impedían una vez tras otra que aquello se produjese, mandando huracanes, penurias y dramas. Así que en ese tiempo volví a las instituciones mentales. Pero había hecho un juramento, nos íbamos a casar. Y ya podían decir misa los médicos y mis padres, mientras yo no descubriese la artimaña aquél seguiría en pie. Y fue como, después de descubrirla, sentí un alivio tremendo.
Han pasado cuatro años de aquello, me retiraron la tutela de mi economía, porque lo di todo, me entienden? Y no me arrepiento. En este tiempo he ido viviendo, recuperándome, con el yugo impuesto. Si me liberaré o no es una incógnita. Solo sé que hay que ser consecuente. Yo aposté y perdí. Ahora debo empezar de cero. Ya no hay paranoias, todo eso está resuelto. He cambiado, para bien o para mal. Solo necesito un poco de suerte. Solo por una vez en mi vida. Aunque esta vez puede que ni siquiera dependa de eso.

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