Los días

Aquí estoy. Otro día más. Otro día más en mi vida, en el que parece que quiera sentarme a escribir algo. Las teclas de mi portátil compiten con una taladradora del vecino. Ha pasado toda una mañana. En la que no pasa demasiado, en teoría. He leído poco, como de costumbre. Pero, por poco que sea, siempre hay algo bueno. Pongamos que vivimos en un día más. Un día más del resto del mundo, un mundo que, sin novedad, se cae a trozos. Las guerras se suceden, los crímenes, la indiferencia, y lo que tal vez sea lo peor de todo; la aparente paz de los barrios como este. Hay momentos en los que acepto mi papel, el de un pensionista que busca algo de sol sentado a un banco. No puedo decir que sea otra cosa sino eso. Un pensionista que ha madrugado demasiado. Y no tiene nada que hacer, y además teme, que no tenga siquiera posibilidad de hacerlo. El sexo se fue, el trabajo se fue, la pintura ahí está, pero yéndose, la música se fue, me queda esto, la escritura, y ni siquiera sé lo que quiero poner. Como digo, me he levantado temprano, sobre las cinco y media, el tabaco pareció anoche estar haciéndome estragos y hoy solo encendí un cigarro tras lavarme los dientes. Pensé en no pasar del paquete al día. Eso estaría bien, veinte cigarrillos repartidos entre las quince o dieciséis horas que tiene una jornada. Pero no sé si lo cumpliré. Anoche tuve sueños que para mí ya son normales dentro de su extrañeza. Soñé con un tipo que conozco, del que apenas nada sé, salvo que es artista, y remunerado. Me siento estúpido con esa gente, exponencialmente estúpido. Gente de labor reconocida, que desde el instituto, donde lo conocí, han perseguido una tendencia similar, intelectual, además de halagüeña. Yo solo caí en esto por azares del destino. Me importa muy poco la cultura. Pero sin embargo solo hallé un hueco para mí en ella. De prácticamente nada conozco a este tipo, más referencial que personalmente, y anoche me vi soñando que manteníamos conversaciones distendidas en las que yo me mostraba cordial y calmado. Será por eso, he de reconocer que tengo un defecto. La gente me pone nervioso. Y el bombardeo de reclusiones y marginación a las que he sido sometido no han contribuido a mejorar el asunto. Ahora ante cualquiera me tiemblan las piernas, y si es una mujer me tiembla hasta el alma.
Bien, eran las seis de la mañana y... acaba de entrar mi padre, así no hay Dios que escriba, dando manotazos a las cosas, exhortando nimiedades, que si los platos del fregadero, que si la ventana abierta para que corra el aire, que si no voy a recoger a mi madre y no se cuántas recriminaciones. Yo me contengo para ser paciente, y cuando se vuelve a ir prosigo esto. Como decía, eran las seis de la mañana, y mi café con leche me esperaba a las puertas del bar que abre a las seis y cuarto y lo regenta un matrimonio de chinos con sus dos hijos. La tónica habitual viene siendo hacerme el brebaje y luego apostar diez euros a la máquina tragaperras. Me estoy haciendo un ludópata de pacotilla. Pero a veces, y llegaría hasta apostar que en un porcentaje equilibrado de ocasiones, el dinero que pierdo es casi el mismo que el que gano. Y me llevo la emoción. Premios buenos, jugosos, de 40 o 50 euros en adelante. Solo hay que saber cuándo plantarse. Con estas me presento cada día en el mismo bar. Las veces que madrugo al menos. Y hoy me preguntaba, ¿por qué no hay mujeres? Supongo que es normal, la mayoría son hombres que entran para tomar el primer chupinazo antes de irse a trabajar. A parte de eso, supongo que somos así, el espíritu gregario del hombre se manifiesta nada más levantarse, el de la mujer, tal vez por la tarde.
Hoy el chino llegaba tarde. Así como tres o cuatro minutos. Y la cantidad de hombres esperándole le ha sobrepasado un poco. La máquina de tabaco se le ha vuelto a averiar y no da cambio. Lo hemos advertido por el tipo que ha ido a sacar primero. Uno que se ha quejado de que me sirviera a mí primero cuando él había hecho su entrada al bar con anterioridad. Así como a seis pasos de ventaja. He visto al chino algo contrariado mientras se le apoderaba la cafetera. Pero lo resuelve, está más que hecho. Lo resuelve siempre. Luego he ido a sacar yo y para alivianarle el proceso le he dicho que lo iba a meter justo, que no se preocupase. Cuando he llegado a la máquina me he percatado de que no podía ser así y habría de sacrificar diez céntimos. Que obviamente no le he pedido porque para qué. El siguiente que ha ido a echarle ya sí, lo ha dicho, "¡no va! me tienes que dar veinte céntimos!". Y al chino se le ponía cara de marrón mientras seguía afanándose con la cafetera. En fin, así son las mañanas en dicho bar. Luego he metido mis diez y no he sacado nada. Iba sobre seguro porque anoche, en otro chino casualmente al que fui a cenar, "casualmente", ya ves, si no fuera porque la mayoría de locales son chinos, pero sí, esta vez iba a cenar expresamente comida china, pues me iba del sitio habiendo conseguido unos cuarenta y tantos euros. Es decir, tenía ese margen de beneficio. Lo importante siempre son los beneficios. Si ves que juegas mucho y no sacas beneficios, mejor retírate un tiempo. Hay gente que se pasa la vida sin obtenerlos, y ahí están, obtuvieron una vez el premio gordo, y a la espera de volver a lograrlo viven. Por este tipo de cosas digo yo que soy el clásico pensionista. Quizá en otro momento pueda contar más. Ahora me saca ventaja esa taladradora, las escasas ocupaciones de mi humilde vida me reclaman y seguramente mi padre no tardará mucho en regresar. Quiero dejar esto concluido de algún modo. Eso es todo, amigos.

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