El borracho

 El borracho aparece cada día a las puertas del bar. Me gustaría poder calmar su sed hambrienta. Decirle vámonos a dar una vuelta y despégate de esa mierda. Pero le invito a una copa. Supongo que no estoy aquí para ayudar a nadie. Si alguien puede hacerlo tal vez se deba a un hecho fortuito. Comenta la misma jugada una y otra vez. Se le ve con esa clase de ansiedad desesperada. Y lo más aciago es que cree poder con ello. Tal vez pueda, pero tal vez no. Tal vez, de poder, nunca vuelva a ser el mismo, y un halo de tristeza se instaure en él para siempre. Hay muchas maneras de perder, pero la reinserción social es la peor de ellas. ¿Quién puede querer estar dentro de esta sociedad? Solo los que están. Y porque temen el otro lado. Pienso en su hígado. Cómo puede acabar de seguir así. Cuál es el límite. Hasta dónde ha de llegar. Empieza con whisky la mañana. Y no sé cuando acaba, porque yo me marcho dejándolo con su fatalidad. Ay pobre amigo... La vida te dio la espalda, o te cogió de espaldas, o no supiste verla venir. Ahora te machacas de lo lindo, tu cuerpo ruge y tu voz se quebranta. Como digo, nadie puede ayudarle. Solo él, solo algún tipo de destino. Y mientras tanto los litros corren, y su sangre se envenena. Y su cabeza se rompe. Y todo a su alrededor se desmonta. Dejemos el asunto y encendamos un pito.

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