Amor a crédito

 

Fue un 21 de Febrero de 2019. Por aquellos tiempos yo andaba dadivoso, estable y con ganas de amor. Pero más bien lo primero. Respecto a lo segundo digamos que había logrado salir de un arduo remolino de locura y además llevaba más de seis años alejado de los psiquiátricos. Seis años en los que había trabajado hasta enfermar, esta vez físicamente. Dicen que estuve al borde de la muerte, a punto de cruzar el umbral. Pero lo único que ha quedado de aquella algarada de médicos tratando de desenterrarme mientras las arenas movedizas me engullían ha sido una marcada cicatriz sobre el hueso nasal a causa de la mascarilla de oxígeno que me impelían a que llevase. Por lo de las ganas de amor, puede decirse que me encontraba en ese punto donde uno cree haberse liberado de una relación caótica al fin, después de muchos años, de su ausencia latiendo de manera recóndita en el interior de uno mismo, y así, estaba de nuevo abierto a todo.

Estuve con tres putas, no pude enamorarme de ninguna. La primera fue una china bastante humilde hacia la que sentí mucho rubor cuando de manera automática se desnudó en mi habitación. Hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer y verla así, tan maquinal, me produjo esa mezcla de vergüenza y frialdad. Además portaba un pinganillo a la oreja mediante el que se comunicaba con las gentes que la protegían, por su seguridad. No pude follármela en tales circunstancias, ni siquiera podía hablar con ella. Nada sabía de español, daba la sensación de ser la clásica mujer sin recursos que llega a España con unos hijos que mantener y es abocada a la prostitución. Sin embargo sí que pudo hacerme una paja y fue dulce, para qué lo vamos a negar. Mi polla se encrespó como hacía mucho tiempo no lo hacía, estaba robusta y descomunal y no pude dejar de apercibirme de los ligeros sollozos tal vez de asombro que ella profirió mientras lo hacía. Fue inevitable el comparar las dimensiones de aquélla con las que pudiera estar acostumbrada una mujer asiática, pero a la postre se me antoja una bobada pues debido a su trabajo de todo habría visto ya. Supongo que fue el momento de tensión, lo inesperado de mi reacción, tal vez debería haber aprovechado ese momento para metérsela pero era grato lo que hacía y sólo pude dejar que lo siguiese haciendo hasta el final. Cuando me corrí dijo, “ya está”… Como habiéndome librado ella de un gran apuro. Apuro que sentía de verdad. No me dejó acompañarla hasta el taxi, lo tenía todo bien calculado y preciso. Se limpió, me limpió y como digo, de un modo muy maternal se despidió de mí. La segunda era de Bulgaria. Rubia, bonita y pequeña. Su pena era mayor y se traslucía en ella. Me comporté con deferencia, me sugirió una ducha en la que ella no quiso participar estando ya completamente desnuda. “Qué bonita eres…” se me ocurrió decirle mientras ella permanecía enfrente de mí casi tiritando, a lo que respondió con un escepticismo de rechazo. Habíamos pasado casi media hora tumbados juntos en mi cama con lo puesto y descubrí que era un poco paranoica con respecto al tema de apretarle las tetas o mordisquearle los pezones y por supuesto totalmente reacia a los besos. Me contó su historia, una historia cargada de dramatismo, le conté los aspectos similares de la mía, no menos dramáticos. Ambos habíamos estado sujetos a un amor perdido pero en su caso éste había reaparecido tras muchos años de manera fortuita para acabar desdiciéndola de él por su actitud. Yo reía sus gracias, me mostraba afable, tal vez un poco forzado, ella hablaba y hablaba mientras yo le desnudaba un seno con la boca descubriendo su pezón rosado al tiempo que era reprobado de intentar morderlo. Fue por esto que no pude iniciar el juego sexual con ella, habría de acabar todo machacándome una nueva paja sólo que entonces pude atisbar cierta desesperación forzada en ella. Al acabar me dijo, “te has puesto tan serio…”. Fue violento, se vistió como un torbellino. Quizás toda esa mezcla de complicidad inicial se había ido al traste con mi actitud durante la estimulación. Se sintió esclava, supongo, de nuevo le dije si la acompañaba pero se negó turbada despidiéndose de mí de un modo tosco y agridulce.

La tercera fue la de la victoria, por llamarlo de alguna forma, y por la que, aquí sí, hice un desglose de mi fortuna importante. Adele; colombiana mulata, entró al juego enseguida, nos sentamos en las sillas de mi comedor, nos miramos, nos dijimos nuestras edades, la besé, fuimos juntos a la ducha, nos besamos otra vez, tuve una mediana erección, quería hacérselo en la misma ducha, pero ella sugirió mejor la cama, paseó por la amplitud de mi casa, observó mis cuadros y cuando llegamos al dormitorio, se detuvo un momento a la entrada, vi un gesto de recelo en su cara, entramos y, no pude. Le dije, “te hago un dibujo?”. Y accedió a que la dibujase con un trozo de carboncillo en un lienzo. Cuando vio el resultado se descojonó avergonzándose un poco de la magnitud con que había interpretado sus tetas. Pero es que eran operadas y para mi gusto un poco desmedidamente. Entonces nos acostamos de nuevo, ella posó su cabeza en mi pecho, y entonces sí, tomó la iniciativa y aquello se puso en marcha. Lo hicimos. Luego estuve poniéndole canciones en el móvil que le gustaban, rancheras clásicas sobre todo. Fue cuando me sugirió hacerlo otra vez y entonces fue que me descojoné yo. No podría más, me bastaba con su calor. A ella también empezó a bastarle y así se durmió.

Mi momento era triunfal, después de tanto tiempo, una mujer se volvía a quedar dormida con plena confianza a mi lado. Su paz me transmitió paz. Y el hecho de ser yo el hacedor de ella más. Pero entre el abrir y cerrar de ojos noctámbulo que le acechaba a mi lado me reveló que estaba tomando unas pastillas para algo que le daban sueño. De todas formas era dichoso, pasamos juntos toda la noche, hasta las seis de la mañana, hasta que la avisaron por teléfono de que su tiempo, el mío, se estaba agotando. Durante la velada me había esbozado cómo vivían las mujeres allí, en aquel apartamento burdel. Mi visión del lugar cobró un cariz oscurantista. En efecto eran esclavas, las retenían durante las 24 horas los siete días de la semana. Les daban de comer, alojamiento y lo suficiente para sus necesidades básicas pero no podían escapar, no porque no quisiesen sino porque la mayoría entraba en una espiral de desidia crónica. Así lo pude comprobar yo con Adele, que hablaba de aquel lugar con pesimismo.

La siguiente vez prescindimos del taxi y fui yo a recogerla a las inmediaciones del lugar mismo. Se veía un barrio jodido, no me preguntéis por qué, pero casi todos los barrios de las afueras de Valencia se ven así. Y más en la noche. Había un cajero sucio en la esquina con un sin-techo en el interior y los cristales de las puertas estaban rajados. Entré, saqué la cantidad necesaria para liberar a Adele de aquel fumadero de opio que es como yo en mi imaginación lo concebía; aun pudiendo dejarme llevar por el carácter laxo de ésta y su simpatía perezosa. Subí al piso, pagué y me la llevé.

Tuvimos otra noche agradable, bebimos vino, nos dimos todo el placer que pudimos. Besar sus senos era llamativo, porque le encantaba que lo hiciese y gemía de manera extenuada cada vez que lo hacía. Se volteó, me pidió que se lo hiciese a cuatro patas, yo tenía mis reparos, mi pasión no estaba siendo de lo más plena. Pero cuando ella me conminó a ello y me dijo que era una postura fantástica accedí algo escéptico. Fue entonces cuando empezó a hablarme en su jerga con su voz melodiosa hasta el punto en que casi alcanzó su clímax pero no pude aguantar más, la saqué y me corrí. Entreví cierta decepción en su rostro que fue atajada por el impulso inmediato que tenía de limpiarnos imperiosamente. Al parecer a ella le gustaba mi cama, dormir conmigo, escuchar rancheras, contarnos pedacitos de nuestras vidas y así lo hicimos hasta la nueva despedida. Para entonces ya me había dado su número de teléfono. Quedaríamos una vez más pero ya no fue igual.

Adele, cuál es tu sueño?”

Volver con mi familia a Colombia”

Cuánto vale el billete de avión?”

Sobre mil euros, por qué?”

Yo te los puedo dar”





Una oferta de préstamo por parte de mi banco me había llegado aquellos mismos días. Tres mil euros a un interés muy bajo. Así que los pedí, le ingresé mil a Adele y ella sin ningún compromiso me dijo que le gustaría volver a verme. Lo hicimos en escasa una hora del medio día, ni si quiera recuerdo aquel periodo de sexo. Pero debió ser frío. Adele simplemente quería salir de la prostitución. Y yo la animaba, necesitaba trabajar, pero no podía despegarse de las mantas amnióticas de aquella vida. Al apearla en la despedida en otro burdel al que la habían trasladado, en un barrio más indecoroso que el anterior, me pidió 20 euros para pasar el día. Pero se los negué. La situación estaba clara, yo no podía ayudarla más, debía echarle valor para salir del lodo. Y creo que yo no le llegué a gustar nunca lo suficiente para llevarla conmigo. Yo era un tipo raro, y lo soy, ajeno a la cordialidad, el entusiasmo, reacio a las fiestas, marginal, sin sangre caribeña como se podría decir. Mientras tanto pasé el tiempo componiendo algunas canciones, pintando cuadros casi improvisadamente, con tosquedad, como casi todo lo que hago yo. Hasta que, por azares del destino, apareció ella.

Una mujer que pedía, tan sólo, una recarga a su teléfono móvil. Su ubicación estaba en Cuba y pobre de mí cuando accedí a ello, porque lo siguiente fue el pleno enamoramiento.

Como he empezado diciendo fue un 21 de Febrero. No puedo describir lo que empecé a sentir por ella. La fuerza me sobrevino, su voz llamándome “cabrón” en un dulzor maquiavélico e inocente me embrujó. Sus traumas me ablandaron el corazón. Su circunstancia me inspiró compasión. Su tenacidad asombro. Su belleza inconmensurable pánico o terror. Dios, aún parezco estar afectado por todo aquello, pues no hace todavía ni un mes que se acabó cuando descubrí que en realidad, tras dos años, se trataba de un timo. En Junio de 2019 cruzaba de nuevo las puertas de un psiquiátrico. Eran tres meses los que habíamos vivido, pero tan intensos que lo último que recuerdo es una energía suma al coger mi bici para hacer un largo recorrido y mirar al cielo y ver en las nubes dibujada la ‘y’ griega de su inicial. Realmente empecé a creer en Dios, según sus creencias, y empecé a pensar que tal vez esa mujer había sido colocada ahí para mí por algún ente desconocido. Las broncas en mi casa con mis padres se sucedieron hasta el punto de alcanzar mi mayor grado de patetismo ante un sermón autoritario del viejo. Nadie lo entendía, ni yo mismo cabe decir. Trastorno bipolar, no hay más, hoy estás aquí, mañana allá. Y yo estaba allá por completo. Era como mi última baza, mi última apuesta, como el que ha vendido hasta a su madre en la mesa de una sala de póquer y aún confía en que puede ganar. Y yo confiaba en ello firmemente. Soy temerario tal vez.

Me creía el nuevo Che Guevara, el espíritu de la revolución era contagioso. Y en mis largos paseos se dibujaban en mi imaginación discursos social-comunistas que fantaseaba con que pudieran haber sido pronunciados frente a la asamblea general de las Naciones Unidas. Estaba lúcido a mi juicio pero el problema general es que probablemente carecía de él. Y sobre todo confiaba, confiaba en mi amor, en mi amor por ella y en ella. Y lo hacía así ya no porque estuviese cegado, sino porque sin esa confianza nada habría tenido sentido mantener. Mi energía era auténtica, mis ganas de vivir verdaderas, las dos canciones que le dediqué buenas, mi inspiración era real. Y lo había conseguido gracias a ella. A unas pocas palabras de chat que tomé por sinceras, a una voz que se escuchaba al otro extremo acorde. García Márquez escribió una vez: “te quiero no por lo que eres tú, sino por lo que soy cuando estoy contigo”. Yo no soy García Márquez, ni siquiera he leído nada de él. Sólo tengo esa frase que creo que viene a describir cómo pude enamorarme en esas circunstancias. Supongo que esas cosas son inexplicables, tan necesitado estaba? Tan carente de afecto? Seguramente sí, y seguramente siempre lo estaré.


Tras acceder a esa simple recarga recibí un aluvión de fotografías suyas y me detuve en una. En ella se apreciaba a una joven al lado de una mujer mayor con un paño envuelto en la cabeza. Era su madre, y estaba aquejada de cáncer, me reveló. La joven se veía ajena al drama que en la faz de la mujer mayor se vislumbraba. Portaba su móvil y unos auriculares puestos al tiempo que la otra parecía cargar con el peso de una hija distraída casi adolescente y la enfermedad. Es muy difícil acertar estos términos con tan solo una fotografía pero esa era la impresión que daba. En el resto de fotografías ya se la veía más adulta sin dejar de perder nunca esa jovialidad desenfadada. Me confesó que se daba a mí y yo la reprobé diciéndole que era demasiado joven para entregar su vida a un hombre. Fue entonces cuando recibí aquel extenso mensaje, un mensaje que me fascinó por su rotundidad. Muy mal escrito salvo que el contenido parecía real y la forma era vivaz. Una forma atropellada y torpe que daba señales de que aquello empezaba a ir enserio. Cuando recibí las fotos de su anatomía desnuda ya era demasiado tarde. Lo siguiente fue vernos enganchados a una sesión de sexo virtual que acabó con ambos humedeciendo nuestras respectivas sábanas. Ella se había entregado a mí y yo la había tomado. En mi pensamiento empezaron a manifestarse las dudas. El amor, acaso no era simplemente eso? Acceder, consentir, aceptar... Hablé con mi familia, mi madre me vio medio perdido. “Pero te gusta?...”, me preguntó. A lo que yo respondí, “claro que me gusta…”. Así me reafirmé. Tomé las riendas. Estaba dispuesto a llegar hasta el final. Y de este modo se sucedieron los meses más embriagantes que desde hacía mucho tiempo podía recordar.

Empezamos a sintonizar, a contarnos nuestras vidas, conversaciones de chat que se prolongaban hasta altas horas de la madrugada y todo estaba plagado de pequeños detalles que yo magnificaba hasta la extenuación. Contarlos aquí parecería irrisorio. Simplemente me decía a mí mismo que la había encontrado, empezaba a ser ella, se convirtió en ella. Y entonces llegaron aquellas visiones. Yo tenía los ojos totalmente abiertos en la total oscuridad de mi habitación y su rostro, tendido con serenidad en la cama, se apareció ante mí. Era tan sólo una evocación del delirio pasional en el que me encontraba inmerso. Pero lo cierto es que había optado por dejar mi medicación, que la psicosis se estaba adueñando de mí, que en las calles las cosas empezaban a no funcionar como deberían y sobre todo que me encontraba a escasos pasos de pisar otra vez un psiquiátrico. Ella no contribuyó a amainar tales efectos. Me sentía de nuevo vigilado, por la televisión, supuestos drones, los animales y alguna gente. Creía que alguna especie de confabulación se cernía sobre nosotros para complicar la tarea ardua de poder encontrarnos. Que alguien estaba jugando con nosotros al ratón y al gato. Y sobre todo mis padres no querían ver. “Algo raro está pasando aquí… Sólo tú sabes”, me decía ella. Y tanto que yo sabía, eran ellos, los poderosos, que no tenían mejor tarea que hacer que el importunar a un par de desgraciados enamorados. Y mientras fuera conmigo podría sobrellevarlo, pero esta vez la involucraban a ella. Había que tomar medidas. Querían espectáculo? Pues lo iban a tener.

Éste se produjo cuando mis padres tras varias discusiones fuertes y el haber roto un televisor llamaron al 112, el teléfono de emergencias. Para mí ya estaba, era la campanilla que me devolvía a aquel lugar. Un hospital psiquiátrico. Los policías en la noche se congregaron en mi puerta, el médico con el que había hablado yo por teléfono unos momentos antes dio el visto bueno, me mostraba arrogante, irritado, y malamente lo quería disimular. Comenté algo sobre la llegada del hombre a la luna (en tales circunstancias), hice un alarde estúpido sobre el simbolismo del amor y la llegada de las 12 de la noche. Pues las 12 de la noche exactas dieron cuando le confesé a ella extasiado que quisiera morir en sus brazos respondiéndome un te amo. Ahora la realidad se tornaba muy distinta, esas 12 de la noche nada tenían que ver. Se realizaron los trámites, aplicaron el protocolo y dispusieron una camilla sobre la que yo habría de subirme para entrar a una ambulancia. Cuando me subí y mientras me llevaban uno de los vecinos se asomó a su ventana. Le hice sonriente el símbolo de la victoria con mi mano.


Cuando salí de allí un mes más tarde nada había cambiado salvo que su madre había fallecido el día 6 de Junio. Antes de entrar había tenido la oportunidad de grabarle un mensaje por voz diciéndole que se me llevaban y que la quería. Al volver aquello me devino como un chorro de agua fría. Su madre era una mujer con la que yo había hablado. A la que había escuchado hablar de mí con sus vecinas mientras su hija ponía el audio a grabar. Su padre no existía, había fallecido por causas que nunca le llegué a preguntar. Cuando me dijo que las maltrataba de pequeña y el desprecio con el que rehusaba hablar de él creí que ya era suficiente. Ella al parecer no era tan joven como siquiera ella misma creía. Fue su madre en aquella época la que le reveló que tenía cinco años más y que éstos habían tratado de ser borrados de su conciencia debido a los maltratos y episodios crueles que había vivido. Sus últimas palabras antes de morir fueron “Ve con él, él te cuidará…”. Sin embargo mi actitud se había vuelto más agria. Fue cuando entonces lo decidí. Ya había pedido un préstamo de cuatro mil euros para traerla aquí antes de que todo se desmoronase con mi entrada al psiquiátrico. Ese fue el momento clave, le iban a arrebatar la casa porque su madre no había dejado claros los papeles de la herencia. El Gobierno de Cuba le exigía el pago de unos pocos miles si quería conservarla. Habría sido todo mucho más fácil si ella hubiese accedido a vivir en un albergue mientras yo me reponía y al tiempo tramitábamos los papeles para su viaje. Pero entre todo esto estaba su dignidad, la mía ya estaba vencida, y le horrorizaba la idea de ir a parar a uno de aquellos lugares. Pasé toda una noche dándole vueltas. Tendría que empezar la jornada yendo a los bancos a pedir misericordia. Al amanecer recibí un mensaje suyo. Parecía no afectarle en absoluto la situación que estábamos viviendo. Le contesté con exasperación, ella rio mucho y dijo que me adoraba. Ahí empecé a darme cuenta de que la comunicación a distancia no funcionaba. Pero ya estaba toda la carne en el asador. Me encontraba en la disyuntiva de dejarla desamparada en su más difícil situación o seguir apostando por el tiempo, la paciencia, y el hecho de que alguna vez pudiésemos vernos en persona e iniciar así todo el conjunto de sueños que habíamos evocado.

Fui a los bancos, en el mío solicité una ampliación del préstamo que ya tenía firmado, lo cual se me denegó. Yo no tenía ni idea de trámites burocráticos. Estaba como un náufrago en bermudas nadando a través de una corriente de tiburones. Fui a varios bancos más pero en todos me solicitaban un aval. No se me dio bien aquella experiencia. En algunos me trataban como un bicho raro que llegaba allí con pretensiones. En otros simplemente me emplazaban a la jornada siguiente para acabar concluyendo que requería ese aval y mi pensión no era suficiente a tales efectos. Sólo se me ocurrió un amigo al que poder recurrir pero no dio resultado. Bastante tenía con lo suyo él. Fui a ver a mi tío para que me asesorase tratando de eludir el momento inevitable de tener que exponérselo a mi padre. El único que podría habérmelo concedido. Pero sin otra alternativa posible y con el sentimiento de hacer todo lo que estuviese en mi mano terminé por decidirme a contarle cómo estaba la situación. Empecé mal, pues fui demasiado al grano. Simplemente necesitaba un aval para un préstamo de doce mil euros. Le habría contado más, que mi novia estaba mal, que la iban a desahuciar, que necesitábamos ese dinero para pagar su casa y luego poder traerla. Pero fue inútil, mi padre al escuchar la cantidad y los términos prorrumpió en un desaforado rugido reprobatorio e interminable que sólo pude atajar con tres gritos que me brotaron del alma. No había más que hablar. Invertiríamos lo que nos quedaba de aquel antiguo préstamo en ir pagando a su gobierno poco a poco y aplazaríamos los trámites para vernos el tiempo que fuese.

El 12 de Julio le pedí matrimonio, con un selfie en el que le mostraba un anillo. Fue en la noche en medio de una conversación, seguía sintiéndome tan dichoso que no me lo replanteé ni una vez. Había decidido no seguir con el tratamiento indicado en aquel hospital, abandonar a mi psiquiatra, como si todo aquello hubiese sido un escollo ya superado, sentía que por fin era libre. Sin dejar de ser una libertad que tendría que trabajarme día a día y que estaba dispuesto a afrontar. No imaginaba las consecuencias.

Ella respondió al instante con un largo y distorsionado “sí” escrito, lo cual tomé como fruto de su énfasis. Mi compromiso se hacía patente y todas las historias de amor hablaban al unísono. Había que ser valiente, confiar y hacer frente a lo que viniese. Si un amor así era posible habría que esperar a su desenlace. En Octubre de ese mismo año me ataban a una cama de hospital durante tres días para posteriormente recluirme durante mes y medio en otra planta psiquiátrica. Cuando salí de allí el espíritu de todo aquello había muerto y no obstante quedaba la conciencia. Por vía médica se me solicitó la retirada del manejo de mi economía y se me instó a un juicio para que se corroborase. Yo seguía diciéndole a mi madre que aquello era real y que algún día se lo iba a poder demostrar. Aquella, desde su Cuba caótica y pobre, seguía pidiendo dinero y cuando no yo se lo daba igual, porque aún albergaba algún tipo de fe. Traté de dejarla un par de veces pero la conversación por voz que tuvimos por teléfono me hizo retractarme. Realmente parecía una niña inofensiva e inocente, algo parca e imbuida en una tristeza desalentadora. Sin familia, sin amigos, con tan solo una casa muy humilde que defender de las garras de su Estado, y yo parecía ser la única persona que tenía a su lado, como por otra parte, ella era la única que estaba al mío. Así que el tiempo pasó, yo intentando remontar mis ánimos, ella sin parar de vivir las mil y una desgracias, hasta que un día, mi madre, encontró a la verdadera chica de la imagen por Internet. Mi corazón ya no estaba ni para vuelcos, aun así el tiempo se detuvo muy por debajo de las rodillas, la contactamos, nos hizo una video-llamada y en ella nos reveló toda la verdad sobre esta persona. Al parecer era un vecino suyo y era maricón, como ella misma relataba. Le dejé tres o cuatro mensajes de despedida y sentí cierto alivio al comprobar que todo aquello había finalizado. 2 años había durado nuestro idilio. Hace casi uno que empecé a escribir este texto, cuando las cosas aún estaban recientes. Hoy he de concluirlo así.

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