Manuel

El hombre del que nadie escribirá. Y probablemente ni hablará, salvo para referir eso, que ha muerto. Me levanto pasadas las 2 del medio día, ayer me enfrenté después de mucho tiempo al lienzo en blanco. Escribí algo en la noche, nada, morralla. Y me levanto pensando que esto no puede ser, si quiero trabajar ese cuadro deberé madrugar, pues es en esas primeras horas cuando, a parte de haber mayor luz natural, estoy completamente solo en casa. Tengo algunos mensajes en mi móvil, de familiares sobre todo que me felicitan ante el esbozo de la obra que estoy tratando de realizar tras haberla compartido en un estado de WhatsApp. Y varios de mi madre. Se preocupa por el viejo perro, que anoche yo pronuncié las temidas palabras: "hay que sacrificarlo". Ya que de súbito, dejó de andar. Sus patas traseras están hechas un fiasco, siempre adoleció de ellas un poco, pero al parecer hoy, con la misma prontitud con que dejó de hacerlo, ha vuelto a erguirse para retomar su tortuoso caminar. Cigarros van y vienen durante toda la mañana, mientras yazco en la cama incluso. Ya ha venido mi padre, ya se ha ido a recoger a mi madre. Me paseo por la casa en calzoncillos y con una camiseta polar puesta, la que llevo encima desde hace días. Mi padre ha dejado la comida en la mesa del comedor, suele traerla. Como sin lavarme los dientes, ni la cara. Y entonces le echo un vistazo al perro afuera. Está bien. Mi tabaco va menguando y lo próximo será acicalarme, terminar de vestirme e ir al bar del chino a sacar un nuevo paquete y tomar un café con leche. Allí me espera el indigente Morad. Que será quien me comunique la noticia. Y es que cuando más conocí a Manuel, fue el tiempo que me juntaba con ellos a fumar tabaco y beber vino.


Manuel no era un indigente propiamente dicho. Él tenía su casa y su pensión. Pero su carácter extremadamente apocado, retraído y solitario, lo llevaron un tiempo a juntarse con esta gente. Recuerdo que decía de mí, entre todo aquel elenco, que yo era especial. Su voy era afónica por completo. Y aunque en el barrio se murmuraban cosas muy ignominiosas respecto a su persona, yo nunca llegué a dar crédito por completo, aunque es cierto que, no falto de cierto pudor, a veces, me daba cosa saludarlo.


Tengo que remontarme mucho en el tiempo para ofrecer los primeros aspectos que recuerdo de esta persona, cuando aún no lo conocía salvo de ver su figura más o menos a diario frecuentando los baretos. Él era gitano. Y recuerdo verlo con otros gitanos. Moreno de piel casi quemada. Bajito, y con una mirada la de aquel entonces que de algún modo brillaba. Llegué a saber que tenía dos hijos, pero que actualmente se encontraba totalmente solo. Y en una de aquellas reuniones de hombres sin amparo, empezó a quejarse de un dolor en el pecho. Manuel cuando se animaba y había bebido lo suyo, se comportaba de un modo muy afable, tanto era así que no me sabía mal en absoluto darle los cigarros que me pedía los cuales me desaparecían casi como un hurto. Pero aquella vez se asustó. El pecho empezó a dolerle y no quería ir al médico. No sé lo que ocurrió después, sólo sé que entonces nos distanciamos todos y empecé a vérmelo solo por la calle, casi siempre con la misma ropa puesta, lo saludaba pero ya parecía totalmente ajeno al mundo. Y no me refiero que estuviese loco, sino que parecía haber decidido abdicar. Yo atribuía este comportamiento a su forma de ser. Era un marginado que se juntaba al abrigo de las multitudes para resguardarse de sí mismo. Y así lo veías como una figurita asistiendo a las partidas de dominó de los abuelos en el bar. La última vez que lo vi fue hace dos semanas, "hasta luego, Manuel", le dije cuando me despedí de él en el mismo bar. Al parecer, según me ha dicho Morad, el mismo tiempo que lleva su cadáver pululando por el más allá.


Nos veremos, compañero.

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