La chica trans

Bien, aquí estoy, sigo cojo, he logrado abandonar la silla de ruedas por mera providencia divina. Todavía no me han operado, pero como ya dije hace tiempo, lo harán en breve. Entonces sí puede que comience un proceso arduo, de rehabilitación, de mentalización, por recobrar mi estado de forma, y volver al mundo tal y como lo conocía. Francamente, espero que no. Deseo encarar la vida que me espera de un modo diferente, quizá eso sea un síntoma esperanzador. Ahora tengo una misión, algo tangible, un progreso definido que debo alcanzar. Y entretanto, en esta soledad, me entretengo como puedo. Me doy al más vano de los menesteres, en este caso el de buscar novia por las consabidas aplicaciones móviles de citas.

Me doy cuenta de que nada sé de las mujeres. En la mayoría de los casos uno tiene la sensación de que debas lamer el suelo que pisan para que te hagan caso. Y cuando lo haces y consigues algún tipo de atención, la experiencia se vuelve efímera y desalentadora. Te traicionas a ti mismo, con palabrería barata, ¿para qué? Para descubrir que no hay nada que rascar. Unas huyen, otras abandonan, otras te dan conversación durante dos días a lo sumo, y entonces desistes. Es infructuoso, tu condición lastimera a poco que la muestres, y ya no sabes si eres tú, es el sistema, o son ellas. ¿Cómo es posible que haya funcionado atrás en el tiempo? Fácil, no estabas inválido, trabajabas, y eso sin mencionar el discreto asunto judicial por el que me han despojado de autoridad monetaria. Además estoy gordo. Pero no es ese el problema, me digo que si ha de aparecer, ha de ser ahora. En mi peor momento. Pues todo el mundo puede encontrar el amor sumergido en la abundancia. Y eso no vale nada.

Su nombre es Camila, tiene 24 años. Ha aparecido a última hora de la noche, en forma de otro chasco más. Otro marica, me digo. Pero me detengo un momento, miro su perfil y pienso, bueno, ¿para qué estoy aquí? Para conocer gente, me respondo. Y además está el tema de querer escribir. Mis prejuicios no van con el ser humano ni su condición, van con los seres humanos en sí. Aún a riesgo de que pretenda insinuárseme a la primera de cambio, me lanzo y comienzo una interesante conversación con él, para el caso ella:

- Hola. ¿A qué te dedicas?
- Hola. Estudio ¿y tú?
- Escribo. Aunque no me gano la vida con ello.
- ¿Poesía?
- También.
- Me gusta la poesía a mí.
- ¿Escribes?
- Uy no, soy pésima escritora… Sólo leo.
- Ah. ¿Y a quién lees?
- Lo último fue de una poeta argentina, Alejandra Pizarnik.
- Muy buena.
- Sí ¿la conocías?
- Sí. Una vida dura.
- Yo soy argentina.
- Muy bien.
- Sí. Mi abuela vivía en el mismo edificio donde ella vivió.
- Qué cosas.
- Sí. De chica me daba miedo porque mi abuela me contaba que ahí vivía una mujer que se suicidó.
- No he leído nada completo de ella, sólo retazos sueltos, pero se adivina bastante.
- Jaja. Y nunca me atrevía a subir las escaleras.
- Entiendo. Je. El suicidio es una cosa complicada.
- Muy de poeta maldito, jaja. Ella fue una gran poeta maldita. Mi poema favorito es uno muy corto que dice: “Explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome…”
Nunca lo olvido.
- Me gusta, y lo comprendo.
- Yo lo siento mucho…
Otra poeta argentina es Alfonsina Storni.
También se suicidó en el mar.
- Trataré de acordarme.
- ¿Por qué se suicidan los escritores?
- Se ahogan en sus sueños.
- Sí…
Es triste.
- Bueno un poeta dijo también que un sabor temprano de la muerte no es necesariamente una mala cosa, ya sea por buenas o malas razones.
- ¿Quién dijo eso?
- Charles Bukowski.
- Ah.
Qué personaje, jaja.
- Sí, sin duda.
- Sólo leí sus poemas sobre los gatos… Un genio.
Es que soy fanática de los gatos.
Jaja.
- Sí, supongo que sí.
Pues mira:

(aquí le mando una fotografía que había echado a uno de mis cuadros donde se ve un gato)

- Hoy le he echado una foto a esto.
Se ve un poco mal.
- Ay… seguro soy yo en mi vida gatuna.
- Je.
Gato solitario en la ventana.
- Yo tengo una gata que se llama Ofelia
- Ofelia.
- La extraño porque la dejé en Buenos Aires.
Ya quiero volver para estar con ella.
¿Tú no tienes gatos?
- ¿Y por qué te decantaste por venir?
Tengo dos perros.
- Mi padre venía por negocios y me quiso traer porque dice que soy una “puta barata” que necesita un cambio…
Un pelotudo, como se dice allá.
Lo odio…
- ¿Y vives con él?
- Sí… y no. Siempre que puedo me escapo de casa.
Esta vez no me quedó remedio…
- Madre mía.
¿Y tu madre?
- Mi madre sufre de depresión y está en su mundo…
- Pues vaya panorama. Debes hacer algo. Para librarte del yugo familiar y poder hacer tu vida libremente.
- Sí, sí, eso quiero.
- Eres joven, aprovecha estos años.
- Ya me dije que cuando regrese voy a trabajar por mi cuenta y pagarme una pensión.
Quizás deje los estudios.
- Termina los estudios.
Es un consejo.
No tengas prisa por vivir, todo llegará.
- Es que no lo soporto más.
Vivir sometida a mi padre sólo porque me paga los estudios.
- Si abandonas los estudios una cosa te llevará a otra y acabarás malviviendo. Si estudias, te aseguras algo. Unos credenciales para entrar a trabajar.
¿Que estudios son esos?
- Gestión cultural.
Es una carrera linda.
Pero tampoco me va a dar mucho.
- Pues acábala, igual no te sirve de mucho, pero ya tienes algo.
- Me falta mucho, como tres años… Y si huyo de mi casa cuanto antes voy a terminar como Alejandra…
Es que mi padre me odia.
- Bueno no sé, chica. No conozco tu vida. Pero que tiempo para librarte de tu padre tendrás, tómalo como un entrenamiento encarado a las dificultades que te vendrán en soledad.
- Gracias.
Por tus buenos consejos.
- No hables con tu padre, no le des coba, céntrate y te irá mejor.
- Eres un buen consejero.
- Gracias.
Qué mal que haya gente así.
Hay una película que me gustó, se llama Mi tío Frank. Plantea el caso de un padre que no tolera a su hijo por su orientación sexual. Es buena.
- La buscaré para mirarla.
- Está en Amazon.
Voy a encender un cigarro.

(Y tras esto decido enviarle un poema de mi cosecha. No puedo evitar pensar en él como un joven, aunque es obvio que se siente mujer)

- Al amanecer le digo:

Que el amor de aquellas frágiles primaveras perdure
Que se pueble de encanto mi plácida estancia revestida de todos los ruidos matinales
Que los pájaros encuentren en su gorjeo a su correspondiente
Que el hedor se aparte reducido a un saco de escombro tras la pantalla de una tele
Que el Sol bañe mis ojos en una claridad perenne
Y a ser posible que no queme

Mi perro merodea esta porción de Paraíso entretenido en su rastreo
Mi perspectiva es reducida en ella
Pero puedo inspirar aliviado de cuantos males se derivan de este mundo
Comprobando que todavía hay una realidad que no duele

- Lo escribiste tú, bonito?
- Así es, eso es mío.
De lo último que he escrito.
Me alegra que te guste.
- Lo guardaré muy bien.
- Ok.
- Gracias por compartir.
- Todo tuyo.
Sabes yo también estuve al borde de quitarme la vida. 
Pero es una insensatez.
Porque cuando menos lo esperas, tras el dolor y la agonía, aparece un rincón como el que describe el poema.
No es mucho, no es mucha recompensa, pero es la suficiente para seguir.

(Ha puesto un emoji entristecido con los ojos vidriosos como emocionado)

- Qué pasa, muchacha.
- Estaba triste.
Pero me diste fuerzas con tu mensaje.
- Me alegro.
- Hoy en día todos estamos tristes demasiado a menudo.
- Síii, mal.
Yo siempre estoy triste.
Sólo me alivia el sexo.
Es un ciclo.
- ¿Drogas? ¿Alcohol?
Prueba con pastillas.
- ¿Cuáles?
- El sexo está bien pero hay más cosas en la vida.
Valium.
Son buenas.
O sea, son malas, no hay que adiccionarse.
- Es que sólo así me siento deseada.
Porque mi padre me humilla.
- ¿Y cómo obtienes el sexo, con desconocidos?
- ¿Vos sos adicto a algo?
- En estos momentos no, a mi soledad tal vez.
- Qué bueno.
Sos inteligente y buena persona.
- Tú también lo pareces, espero que después de todo tengas suerte.
- No es difícil obtener el sexo, en esta app me escriben muchísimo.
- A mí no me escribe nadie.
Bueno chica, uno que se va a dormir. Pasa buena noche.
- A mí me gustas.
Besos mi amor.
Y gracias.
- Buenas noches.
Gracias por el piropo.


A lo que me refería, no he tenido que besar su suelo, ni su coño era de oro, era una joven, transexual, que era como cualquier otro joven del mundo. No sé muy bien qué está pasando en esta sociedad, tal vez simplemente me hago mayor, he apostado demasiados comodines y para mí la idea del amor se ha convertido en un sentimiento totalmente extravagante. Los veo por ahí, cogidos de la mano, o abrazándose, o convertidos en un bloque familiar, y no me evocan nada. Si acaso, de vez en cuando, se me sobreviene una idea, que desaparece fugaz con la noción de tener que compartir mi intimidad con alguien: Follar. 

Seguiremos intentándolo.

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