Depresión

Luís ha gritado a su mujer. Es un hombrecillo pequeño, panzudo y bastante cómico. Albañil de profesión, ya oficial a su edad, y bebe demasiado. Yo he trabajado con Luís, como peón a su mando un par de veces. La primera que lo conocí fue en la obra de unos aparcamientos cerca del piso de mis padres donde yo residía entonces porque acababa de salir de un psiquiátrico en el que estuve recluido poco más de un mes. Era la segunda vez que yo pasaba por un proceso similar y mi padre me buscó aquello porque supuestamente me iba a venir bien. Ya se sabe lo que suelen decir, <<que te dé el aire, te relacionas con la gente, te marcas una disciplina, y poco a poco sales>>. Pero no es tan fácil. Yo había perdido a una mujer; aún no era consciente de que para siempre, pero así era, para siempre. Ella no había muerto, simplemente, se alejó de mí. Luego volvió, pero yo ya estaba con otra y, aunque supongo que aún la quería, tuve que rechazarla. Nunca nos habíamos visto, fue una de esas relaciones modernas de hoy en día, por vía telecomunicativa. Y, aunque sería bonito seguir mi relato por aquí, nos estamos distanciando del tema: Tan solo me encontraba derrotado.


Llevaba mucha medicación en mi cuerpo, medicación que afectaba a la mente y con ello a toda mi alma. Aparte, el proceso no es grato. Sales de un sitio así y ya eres una mierda. <<Porque cuando entraste estabas muy arriba>>, dicen los médicos y bla, bla, bla. El caso es que debía ser puro Julio. Un Julio de esos arrebatadores, de calor infernal, y yo, por primera vez, me disponía a entrar a formar parte de un grupo de gladiadores del cemento y el mortero a plena intemperie, en aquellos aparcamientos. 


La obra en sí ya era bastante extraordinaria, e imaginarla así, teniendo que levantarla desde sus cimientos, devenía en mi interior como un martirio aciago. Mi cuerpo temblaba, mi mente era directamente un lodazal de confusión extrema, ni siquiera era capaz de hablar, tan solo exhortaba frases concisas que trataba de articular con una sonrisa sistemática. Hasta que poco a poco esa sonrisa declinó su parecer. Duré en aquel puesto exactamente una semana laboral, cinco días. Empecé un lunes y renuncié un viernes. Y recuerdo a Luís, el oficial de aquella construcción, y su compasión. Como digo, el calor era apremiante, trabajábamos sin camiseta la mayoría, recuerdo que uno de los obreros me alabó a voces al verme coger un saco de cemento para cargarlo a la espalda, <<¡tiene fuerza el chaval!>>, decía. Pero yo me sentía como un completo inútil entre todos aquellos hombres, cada dos por tres iba a dar un trago de agua fresca a la furgoneta, y una de las veces, al sentirme culpable en detrimento de aquéllos, que no interrumpían su labor para prácticamente nada, le pregunté a Luís si podía ir a beber. Él me respondió que no era necesario que le pidiese permiso, que cuando quisiese lo hiciese sin más. Supongo que esta compasión, aparte de que en ese justo instante era de agradecer, a la postre me hizo verme como el sujeto que era: alguien que, cuanto menos, desentonaba mucho allí.


Sin embargo las cosas han cambiado; tampoco para mucho mejor en mi caso, y Luís, tras poco más de 10 años de matrimonio, con dos niñas gemelas a su cargo, con demasiado alcohol en las venas, ha chillado a su mujer y ésta le ha puesto una denuncia por 'acoso psicológico'. Ni si quiera sé muy bien lo que significa el término pero supongo que estas cosas no son fruto de un simple grito. Vendría mal la cosa de atrás, de ahí quizás su alcoholismo y, como la pescadilla que se muerde la cola, la desavenencia irreparable de su matrimonio. Tras la denuncia, enseguida lo ha localizado la policía, lo ha detenido y lo ha encerrado en el calabozo 24 horas. Luego juicio, que al parecer no le ha ido bien, abogados, y más juicios. Y ha sido viniendo de los juzgados cuando me he cruzado con él y me ha esbozado a estos grandes rasgos su historia. 


Yo he estado en esos calabozos también, por diversas cuestiones, y son un crimen en sí mismos. <<Es que yo nunca he estado en un sitio así>>, me ha dicho como queriéndome confesar su conmoción. Y efectivamente, no es para menos, ahora está de baja por depresión. Ha perdido casi toda su panza, y aunque de ánimo es más bien un tipo tranquilo, de semblante sereno, seguramente el sofoco, con todo lo acontecido, lo lleva dentro.



El caso de Mati es diferente. Mati vivió un matrimonio tormentoso durante al menos 30 años. Hasta que su marido, cazador, según se cuenta, tuvo la osadía de, en un arrebato, apuntarla con su escopeta. O hacer el ademán de coger la escopeta; o no sé, algo relacionado con la violencia, la escopeta y aquel hombre. Recuerdo también a ese hombre, de niño, porque Mati es la hermana de mi madre. Nos servía vino en las comidas, un poquito, a mí y a mi primo cuando íbamos a comer a casa de nuestras primas, que eran cuatro; y para nosotros era la monda. Yo le guardé simpatía durante mucho tiempo sólo por aquel detalle. No llegué a conocerlo mucho más. Solía estar en su sofá, con un cuadro grande de tela de unos ciervos detrás. Pero Mati, tras más de 20 años ya de separación y divorcio, ha caído. Mujer vivaracha, tenaz, que pintaba cuadros y a la prole de nietos entretenía con historias diversas de sus memorias de la infancia. Últimamente hablaba con ella por teléfono, porque nos telefoneábamos de vez en cuando, y cuando le preguntaba <<¿y tú qué tal?>>, me respondía que ella siempre estaba bien. Pero ayer cuando mi madre y yo nos la llevamos a comer ya era otra. Había perdido el tono de su voz, estaba aplacada, y su verborrea, aunque seguía estando lúcida, era mucho menos prolongada y nada enfática. Tiene miedo de tomar sus pastillas para la depresión, porque es la primera vez que se ve en esa tesitura. Las tomará, irá a una psicóloga, saldrá de esta, sólo necesita una chispa de luz, recuperar eso que, como ella misma relata, se ha esfumado sin más. Mati vive sola, en un pisito modesto que se apañó para sí misma cuando salió de todo aquel entuerto. Torpemente le he sugerido que si no tiene ganas de hacer nada que no haga nada. A lo que casi estremecida ha respondido que ni mucho menos, sin hacer nada no se puede quedar. En fin, cada uno lo lleva de una forma. Yo sé que no estoy deprimido, pero hay días, como hoy, que todo se viene encima. Mi voz también está quebrada. La diferencia es que, tanto Mati como Luís, lo superarán. Yo ya hace tiempo que eché la llave de mis sentimientos al mar.

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