Cojo

- Que diu el home?

- Pues aquí estamos. Me operan en Octubre al final.

- ¿Cómo que te operan? ¿De qué? No sé nada.

- Si hablé con tu mujer por aquí en Julio... Ay señor... Pues una necrosis en la cadera.

- ¿Qué me dices? Ahora cuando salga del baño se lo diré. Cómo no me dice nada...

- Pues sí, tío. Así estamos.

- ¿Y qué vas cojo?

- Esto empezó en Abril, hasta la última vez que te hablé para almorzar contigo sí, pero ahora en silla.

- ¿¿Vas en silla de ruedas??

- Sí, pero tranquilo, que esto lo que pasa es que es muy llamativo pero no es para tanto.

- Me estás dejando flipado, nano. Pues yo que te iba a decir de ir a comer mañana...

- Buah, ni de coña. 

- Lo que pasa es que dependía del nene, que está malito.

- ¿Qué le pasa?

- Bronquitis.

- Eso es muy normal.

- Y de lo tuyo cómo vas?

- Pues estaba bien, pero me quitaron la inyección y al pasarme la dosis a pastilla me la han subido, así que un poco peor.

- Vaya panorama, nano.

- Es lo que hay.

- Bueno, pues cuando te operen ya iré a verte.

- Ok. Cuídate.

- Y tú... Y tú...

- Y yo...


La verdad es que así están las cosas. Esta es una de las pocas, o más bien ninguna, condolencias o muestras de apoyo que he recibido tras contraer la mencionada afección que me ha postrado en una silla de ruedas, sin contar el hecho de que haya sido accidental. Ya van tres años desde que salí de aquel lugar. Desde que me conminaron a volver estableciendo mi destino pasados justos tres años. Aunque a ellos les importa poco, si son tres, como si son cuatro, como si son cinco. Cuando uno franquea las puertas de un sitio así, contra su voluntad, aunque con argucias y por conveniencia luego se establezca que no fue tal, debe estar alerta siempre. Las razones hoy en día se esclarecen, estaba sumergido en un delirio. Los métodos continuarán siendo abominables siempre. Y en mi caso ya van unas cuantas veces. Así ves cómo las personas de tu entorno empiezan a desaparecer, ni familia, ni amigos. Salvo mis tías y dos colegas que saben de qué hablo, pues ellos también han estado en situaciones parecidas. Uno se cierra al mundo, y tampoco es que nadie vaya a buscarlo. Los que fuimos mancillados por el tizne de la locura en esta sociedad quedamos al margen. Y tampoco todos, pero en mi caso, cuando creía estar recuperándome, llegó esto.


Queda poco más de un mes para mi operación. Llevo casi medio año recluido prácticamente. Impedido, dolorido y con oscilaciones en mi estado de ánimo. Mi madre es la única que está a mi lado, y a veces he deseado un poco de separación, pero caigo en la cuenta inmediata de que tanto la quiero como la necesito. Por fin me liberé del yugo de aquella inyección que administran a tantos enfermos y que en realidad sólo sirve para estrechar el control sobre ellos. A mi psiquiatra hay que comprenderla. A veces, desde el punto de vista de una persona que está mentalmente diagnosticada, me da la sensación de que siente cierto regocijo cada vez que se apoya en la enfermedad que recae sobre mí para justificarlo todo. Ella tiene el control, desde los 22 años, y tengo ahora 38. El problema es que mi cualidad de escéptico ligado a lo caótico y vertiginosidad de mi vida me han hecho terminar sujeto a sus dictámenes. Esa es mi lucha: aceptar el riesgo, aceptar lo minúsculo de mi posición, y desde una humildad completa, mantenerme firme. Sin lugar para el mínimo traspiés. Aunque traspellado esté enormemente. Ahora faltaba esto, sumisión y ningún quehacer. Ir moviéndome en mi silla de ruedas, leer a ratos y disputar partidas en la consola al ajedrez. Juego que he redescubierto y se me ha advertido como apasionante. Pero yo lo que quiero es vivir, caminar, viajar, ser independiente. Sin olvidar que lo que uno desea con lo que a uno se le ofrece no siempre tiene que ver. Atrápalo, dicen los genios. Está al alcance de tu mano, este es tu momento. Pero yo creo que más bien la vida se construye con extrema lentitud, a base de pequeñas porciones, como este relato que acabo de construir. Y aunque en mi vida he pecado de inmediatez demasiadas veces, de una inmediatez flageladora e impotente generalmente, quizás, el estar viviendo como un inválido, me haga ver por fin qué es lo verdaderamente importante. O eso es lo que quiero creer.

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