Cinco horas con Yulena

Yulena ha pedido una cerveza. Y luego otra. Y otra. O sea, tres cervezas. Y la cuarta la he pedido yo. Así es, estamos bebiendo y charlando amistosamente en lo que será nuestro primer encuentro. Yulena es rusa, o medio rusa, entre rusa y ucraniana, porque en realidad se crió en Crimea. La península que luego entró en conflicto político y se independizó, o se adhirió a Rusia, o Rusia la conquistó, o algún trajín de esos que han otorgado a Yulena una doble nacionalidad.


Yulena vino a España hace algunos años, antes de que estallara la guerra por aquellas tierras. La guerra que conocemos, porque al parecer ya se libraba otra interna desde antaño. Yulena es la única mujer con la que hablo de tú a tú desde hace años, así, distendidamente, tomando unas cervezas. Y la primera impresión me deja conmocionado. Ese tipo de conmoción que luego termina reparándose con escepticismo sobre la condición de su persona. Yulena habla, de su vida, sus aspiraciones y su situación aquí. Dice que ella lo que desea es encontrar a un 'caballero', y gestualiza con aire solemne la aseveración. Como si con esa gestualidad revelase el significado de la expresión. En mi mente aparecen carruajes, tipos con sombrero de copa y capa, y un bastón al estilo de los relatos de Oscar Wilde. Y creo que lo repite, hasta un par de veces más, un 'caballero', con ese mismo gesto. Yo, pues mira, simplemente estoy a la expectativa, estoy en medio de un proceso turbio, y todo lo que sea distracción me vale. Además Yulena es bonita, descarto de facto cualquier interacción más lejana de nuestras tres o cuatro cervezas y empiezo a contarle cosas sobre mi vida. Bueno, mi lado oculto, mi tormento con las mujeres, mis ingresos psiquiátricos, mis nulas esperanzas, y sobretodo le sigo el rollo. Ella también hace lo propio y cuenta entresijos de su pasado, no menos caóticos, sólo que ella está entera, o eso parece, y yo, sigo en la mierda. Pero nos vamos animando, y hay un punto en el que la hago reír sobremanera, con una estupidez muy boba. Y como con una especie de lisonja me dice que soy muy gracioso. Descubro así que le gusta la pesca, y profundizo en ello. Le digo que yo también he tratado de pescar alguna vez, y aún voy más allá, le propongo quedar un día para irnos a pescar juntos. Aquí es donde se produce la conmoción, porque ella acepta. Y yo, tan feliz, indico el sábado como posible fecha. Pero entonces toda la magia se rompe. Primero, ¿qué hago yo con una chica rusa bien parecida tomando unas cervezas al otro lado de mi calle? Pues es la asistenta, que mi madre ha contratado para que venga a mi casa dos días a la semana durante cinco horas. Y segundo, ella aduce... <<pero tendrá que ser en horario de trabajo. Claro, yo fin de semana es para mí>>. Me veo entonces como un sujeto que no hace las labores de acompañante y toma de contacto y distensión de la nueva empleada, sino como si fuese ella la que en lugar de estar cordialmente conmigo, en realidad, estuviese desempeñando un trabajo. Como si mi propuesta hubiese sido completamente fatua y aceptada por ella como una condición más de su labor. Vamos, el colmo. 


Lejos de escandalizarme, de indignarme o exasperarme, me lo trago todo y sufro un amedrentamiento considerable, pero solo desde mi interior. Yo no tengo nada que hacer, todo mi día es ocioso. Hemos quedado en llevarla yo de vuelta a su hogar en la capital. Terminamos nuestros brebajes, creo que hasta he acabado pagando yo. Nos dirigimos a mi coche, y yo, con esa especie de insensatez que me caracteriza, le propongo irnos de pesca ese mismo día. Es en horario laboral, todavía. Curiosamente, ella, algo desconcertada, acepta de nuevo. Así que decidimos de camino al coche ir a por los bártulos, y luego pasar por su casa, coger los suyos, y luego encontrar un lugar idóneo que yo conozco, o uno que ella conozca, o cualquier cosa con tal de marear la perdiz.


Una vez en el coche, de camino a su casa, con ella a mi lado, y su sabroso perfume ya más que incrustado en mis fosas nasales, entre el tráfico, la estupidez de mi propuesta, y lo que llevo encima, siento un apuro muy grande cuando nos detenemos a la altura de un semáforo. Es como si ya no hubiese escapatoria, llevo a una mujer al lado, hacia un confuso destino que no me reconforta en absoluto, de manera improvisada, tras recibir un golpe bajo por su parte, quizás inconsciente, pero real, y en ese momento sólo quiero salir de allí. Haberle dicho... <<lo dejamos para otro día>>, habría sido más fácil, pero entonces, la única tangente que se me ocurre es <<¿y por qué no vamos a la playa?>>. Así que ella, dada a mi total voluntad, ociosa también, encaja mi última propuesta con una nueva aceptación. Yo pienso que simplemente se está dejando llevar. 


El verano ya ha pasado. El tiempo es más bien sombrío. Mientras paseamos por el paseo litoral hay un momento en que ella toma mi mano. Lo advierto como un gesto de simple amistad. Pues no la conozco, ni siquiera tengo iniciativa, y a ella parece gustarle mucho aquel lugar. Sonríe y habla de trivialidades. Yo sonrío con cierta incredulidad y la acompaño. Quiere acercarse a la costa, donde las olas se laminan bañando la arena. No me puedo ya negar a nada. Recorremos el extenso tramo de arena con los pies descalzos. Tambaleándonos, rozando nuestros cuerpos y haciéndolos chocar. Hombro con hombro, cintura, brazos... La brisa es realmente agradable. Seguimos andando en dirección al mar sin propósito fijo. Cogidos de la mano. Y yo siento que por primera vez en muchos años, algo va bien. No hay pensamiento alguno, simplemente nos dirigimos hacia un destino inminente. Entonces, el agua toca mis pies, toca los suyos, y ya hemos llegado. No encuentro pretexto alguno para hacer otra cosa que no sea bañarnos. Y la animo así: <<en plan locura>>, acabo diciendo tras verla un poco reticente. Estas palabras no me han salido con el garbo esperado. Yo prácticamente no hablo en estos tiempos, me supone una gran dificultad, con lo que expresar y sentir una emoción aún más. Ella empieza a quitarse la ropa. No se la ve muy predispuesta, pero en cuanto nos zambullimos en el mar todo cambia. Sus ojos azules brillan como zafiros. Los abre mucho. Y se junta a mí. La he abrazado por detrás, hemos jugado, yo no sé qué significa todo esto. ¿Estamos en medio de un ritual? ¿Es eso que llaman el lenguaje corporal lo que se manifiesta? Y en tal caso, ¿he de reparar en ello? ¿todo lo que haga a partir de aquí será lo que determine el acercamiento total? Salimos, nuestra ropa está en la orilla. Me coloco los pantalones torpemente. Ella continúa semidesnuda. Su conjunto interior es de lo más provocador y sutil. Se tumba boca arriba sobre la arena. Yo me coloco a su lado. Aquí ya no hay palabras. Ella se incorpora. Permanecemos sentados el uno junto al otro. Entonces la miro, ella contempla el horizonte con un semblante sereno y difícil de interpretar. Me lanzo, doblo mi espalda y estiro ligeramente el cuello. Poso un beso en su mejilla mientras ella se ha quedado inmóvil mirando el firmamento. Entonces toda su tez se pone colorada. Agacha la cabeza, y el silencio absoluto del mar se interpone entre nosotros. Rápidamente quiero replicar, no he entendido nada, quizá la he ofendido. Y le digo, <<lo he hecho porque quería hacerlo>>. Ella no capta a la primera mi dicción y he de repetírselo. Es como una excusa. Lo he intentado, no ha funcionado y ya está. 


Tras permanecer un buen rato callados, tumbados o semitumbados y escuchando el sonido de las olas, mientras nuestras miradas se pueblan de cielo, horizonte y mar, decidimos reincorporarnos e ir a tomar algo. Y otra vez la misma canción. Ella vuelve a tomar mi mano. Se me antoja todo tan extraño... Yo no la voy a repudiar, es grato. Yo también quiero tomar su mano, y lo siguiente, además. Pero no sé a dónde me llevan los acontecimientos, no sé cuáles son sus intenciones, o si es que las tiene siquiera. Le confieso mi malestar, quizás me muestro un tanto pusilánime, y ella me anima. Nos cruzamos de camino a una señora a la que pregunto por algún bar cercano. Mientras nos dirigimos en esa dirección ella me aviene que lo he hecho bien. Pienso, bueno, quizás sólo sea eso, una amiga. Nunca he tenido una. Y me parece genial. <<Ella es así de cariñosa, no voy a malinterpretar>>. Una vez sentados en la terraza del bar, saco pecho y pido desde cierta distancia dos cervezas. Aquí, sentados cara a cara y ella con sus gafas de sol puestas, recostada sobre el respaldo de su silla, con las piernas cruzadas y una pose desafiante, es donde me somete a un interrogatorio. Quiere saber qué deseo: ¿Quiero una mujer en mi vida? ¿Sí? ¿No? A lo que precipitadamente y con todo lo acaecido respondo que no. Pero pensándolo mejor, tan solo acierto a rectificar que no lo sé. Su mirada, aunque lleva las gafas de sol puestas, es severa. Su rostro es severo. Yo me río casi con nerviosismo. Una risa que se estampa contra el muro de su tez. Sigo sin comprender nada. Ya no sé si me está poniendo a prueba. Pero en tal caso, yo no estoy para muchas florituras y respondo desde la franqueza más llana, sin prolegómenos. En el caso de que me estuviera chequeando, como seguramente así fuera, sólo podría haber advertido enfrente suya a un tipo bastante indeciso, sin determinación alguna y seguramente muy distante de aquel 'caballero' que ella estaba buscando.


Una vez abandonamos el bar y nos dirigimos de vuelta a la playa, se produce una conversación que vuelve a trastornar el curso lógico de las cosas. <<¡Genial!>>, exclamo yo, <<he encontrado una amiga>>. En arreglo a algo que me había dicho sobre la amistad y que yo necesitaba una. <<Yo que voy a ser tu amiga, si acabo de conocerte. Yo soy la mujer que limpia en tu casa>>. Y esto contrasta un poco con todo su comportamiento precedente. Vuelvo a llevarme un chafón. La veleta vuelve a girar en sentido opuesto, está claro que no hay nada que rascar ya en esta situación pero cuando nos encaminamos por el paseo, me coge de la mano de nuevo, me abraza, y en ese justo instante asoma un coche patrulla de la policía por detrás nuestro. Ante la escena idílica de dos supuestos enamorados, el coche patrulla espera detrás pacientemente, y yo me siento liberado. Esto era lo que me hacía falta, parecer un ciudadano normal, con su novia normal, paseando por la playa, para que la policía, tras tantos asedios a mi casa, tras tantas desavenencias trabadas en su presencia, me respete. Y tan maravillosa me parece la escena, que aún habiéndome percatado que estaban detrás, y con la congoja habitual que tenerlos en esa posición me habría supuesto disipada, retengo un poco más a mi chica, incluso aminoro el paso, mientras ellos simplemente sonríen y esperan a que los dejemos pasar.


Cuando pasa la policía, mi triunfo es tal, que ya poco me importa el resto, ella y yo estamos pegados. Siento alegría. Y entonces sí, voy darle un beso directamente en los morros, pero ella, entonces, gira la cara. Ya no hay rubor. Ese gesto me ha venido hasta bien, porque así he terminado de cerciorarme de lo que es y lo que no. Ella sugiere volver a bañarnos. Me parece bien. El día ya está echado. Seguimos con el juego y la tontería pero ya no hay presión por mi parte, porque ya son dos los besos que le he lanzado y no ha habido correspondencia alguna. Así terminará nuestra velada. La dejaré en su casa y volveré a la mía hasta nueva orden.



Yulena y yo hemos pasado así muchas mañanas juntos. Como decía, cinco horas al día dos días a la semana. Y todo lo acontecido, en esta breve historia que se relata, parece no haber existido nunca. No nos hemos hecho amigos. Al menos, no amigos según su preponderante valor de los hechos y las cosas. Nuestra relación ha sido un toma y daca de supuesta complicidad, donde han aflorado sus sentimientos como un tormento en algunas ocasiones, y donde yo simplemente he estado. He de admitir que su presencia aquí, en mi hogar, mi estudio, mi intimidad, durante tanto rato seguido, ha sido un incordio en innumerables ocasiones. La observo pasear de un lado a otro de la casa, sé de su tragedia. Pero más sé de la mía. Ahora estoy impedido, antes me marchaba para dejarla trabajar tranquila y de paso airearme un poco. No es grato tener a una persona que no has podido llegar a conocer bien merodeando en tus inmediaciones. Llamadme raro. En poco más de una semana finalizará su contrato, y si ha de haber una próxima mujer de la limpieza, que sea menos rato.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sin título

Hombre en precipicio

Amor a crédito